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Marco Antonio Velo
¿Por qué la Hermandad de la Borriquita se ha llevado este año la palma de las zambombas jerezanas?
Hubo un periodo en la Historia de la Iglesia, a caballo entre los siglos IX y X, que se conoce como el saeculum obscurum por las grandes miserias del Papado. En ese periodo de poco más de un siglo hubo 30 papas, varios antipapas, una Marozia que dio pie a la leyenda de la papisa Juana y unos poderes civiles que quitaban y ponían papas a su antojo, o los deponían, los estrangulaban o los envenenaban. Eran tiempos revueltos. Roma no era importante sino en la memoria, porque el poder romano se había trasladado a Constantinopla. En Roma, una aristocracia semibárbara había creado bandos, lombardos y francos principalmente, que iban a matarse. Formoso quiso la paz entre todos y reforzar el poder de Papado, pero lo hizo de tal modo que se creó enemigos jurados y su poder se limitó al obispado de Roma. Murió cuando sus enemigos se disponían a deponerlo o a matarlo.
Le sucedió Bonifacio VI, muerto a los quince días, y a éste Esteban VI, que se prestó al llamado "juicio cadavérico". Convocó un sínodo y desenterró el cadáver de Formoso para que asistiera y fuera juzgado. Un diácono contestaba a las preguntas que se le dirigían al difunto. Sus actas fueron declaradas nulas, fue despojado de sus vestiduras papales y se le cortaron los dedos de bendecir. Posteriormente, y desnudo, su cuerpo fue arrojado al Tíber y sus partidarios perseguidos. Un ermitaño recogió los restos y años más tarde se le dio cristiana sepultura. A los pocos meses se derrumbó la techumbre de san Juan de Letrán, la catedral de Roma, y se tomó como un castigo del cielo por tan inicuo juicio. Hubo tumultos en la ciudad y Esteban VI fue depuesto, encarcelado y estrangulado. Le sucedió Romano, depuesto a los cuatro meses, y a éste Teodoro II, que rehabilitó la memoria de Formoso y lo enterró solemnemente en San Pedro.
He puesto, resumido, este ejemplo de violencia y enloquecimiento por si con Franco se pudiera hacer lo mismo: hacer justicia sobre la cabeza visible y dejar en el descanso eterno a las demás calaveras. Se le cortaría la mano que empuñó la espada y firmó penas de muerte y se le degradaría a soldado raso. Sus restos serían esparcidos por las pendientes de Cuelgamuros, pero no podríamos evitar que un monje devoto recogiera los despojos del difunto en espera de mejores tiempos. Como es norma, sus partidarios serían perseguidos. Una catástrofe moderna impensada se vería como señal de protesta celeste por el nuevo juicio cadavérico. Sus promotores serían destituidos y encarcelados por un gobernante futuro, que rehabilitaría la memoria de Franco y le daría cristiana y solemne sepultura donde ahora la tiene. Puestos a inventar disparates, ¿qué más da uno mayor? La Historia está llena de sucesos que se repiten, de vidas paralelas, de vivos que están muertos y de muertos que están vivos.
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