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Días de luto en tiempo de luto. Hoy es Todos los Santos y mañana, la conmemoración de los fieles difuntos. Además de los que cada cual recuerde tenemos todos, tiene España, 158 muertos por los que rezar y hacer duelo. Y por desgracia serán más, dado el número de desaparecidos. “Pensábamos que el mundo se acababa” dijo un vecino de Utiel. Y se acabó para 158 personas. Cada muerte es el fin de un mundo, el suyo, único entre los 8 mil millones de seres que poblamos la tierra y entre los miles de miles de millones que han vivido antes y vivirán después. El valor de la vida humana es absoluto. Cada vida es única e irrepetible. Solo el judeocristianismo eleva esta verdad a una categoría absoluta. “Aquel que salva una vida es como si salvara un universo entero” (Mishná, tratado Sanhedrín, 4, 5). “Gloria Dei vivens homo”: la vida del hombre –de cada hombre– es la gloria de Dios” (Ireneo de Lyon). “Cada vida humana es única e irrepetible, es un valor inestimable en sí misma. Esto siempre debe ser anunciado de nuevo, con la audacia de la palabra y el coraje de las acciones” (Francisco).
Vivimos los tiempos que vivimos. Al término de la misa a la que asistí el domingo pasado el sacerdote recordó las conmemoraciones de Todos los Santos y los fieles difuntos. Añadiendo una petición singular: que se rezara por todos los difuntos porque cada día mueren más creyentes cuyos familiares no lo son y nadie reza por ellos. Hoy y mañana los cristianos tenemos la obligación de recordar, junto a los nuestros, a cuantos han muerto este año y especialmente a los 158 fallecidos en tan trágicas circunstancias.
La hermosa conmemoración de hoy carece de nombres propios: se celebra la memoria de todos los santos, es decir, “todos los justos que descansan en paz en todo el mundo” como desde el siglo VIII estableció el papa Gregorio III recogiendo antiguas tradiciones piadosas ligadas a los mártires. La conmemoración de mañana tiene un sentido expiatorio que se remonta a Judas Macabeo, hace XXI siglos: “mandó ofrecer sacrificios por los muertos, para que quedaran libres de sus pecados”. Adoptada por los cristianos, fue establecida en el año 998 el 2 de noviembre por los benedictinos. Pidamos que brille para todos los difuntos la luz perpetua de la que gozan todos los santos. Con un especial recuerdo para las 158 víctimas de la tragedia que ha ennegrecido aún más el luto de estos días.
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