El factor ‘V’

17 de noviembre 2025 - 05:55

VAMOS con el segundo, aunque a conciencia lo hayamos dejado para el último, de los apartados que venían escritos en el pergamino que encontramos hace tres semanas. Su encabezamiento decía: ‘Factor ‘V’’. Leí lo que allí decía:

“La muy relevante cuestión a la que aquí nos vamos a referir es la de mayor importancia, de las tres que estudiamos en este documento, para los humanos. No es una pregunta, como ocurría con el primero y el tercero de los factores ya relatados, no obstante de las posibles o imposibles respuestas a las cuestiones que éstos planteaban, dependerá, y mucho, la circunstancia -la que describía D. José Ortega y Gasset- que condicionará la existencia de la gran mayoría de las personas, cuestión de la que trata este postrero apartado.

El factor ‘V’ es el que tiene que ver con nuestras vidas -’‘V’, de vida-. Ese, siempre efímero, espacio de tiempo que nos inquieta y somete, porque lo podemos medir. Si no fuésemos capaces de calcularlo y delimitarlo, si no fuéramos conscientes de la finitud inherente al tiempo que los humanos nos es dado conocer, entonces estaríamos menos angustiados, viviríamos más sosegados y, con seguridad, tendríamos más trozos de ese tiempo, que sería un “tiempo” diferente, para ser felices. Al fin y a la postre lo único que, a cada uno a su manera, en verdad importa.

A mí me contó un sobrecito de azúcar moreno, de esos que traen escrito algún aforismo, lo que alguien dijo y casi todos ya saben: “la vida es lo que pasa mientras estamos haciendo planes”. Si se detienen a pensarlo, es una verdad tan trágica como estúpida, sobre todo tratándose de las vidas de seres con la facultad de razonar, como se supone que somos.

Se nos va demasiada vida pensando en lo que nuestra vida será, mientras tanto, la vida es… y ya no volverá a ser.

Contemplamos nuestra existencia al revés: ¡bueno -pensamos a menudo-, ya pasó un día más!, cuando es justo al contrario: ¡vaya… nos queda un día menos! Por muchos -para lo que en las dimensiones que conocemos se puedan considerar “muchos”- años que tardemos en dejar de estar vivos -porque lo que es vivir hay muchos que dejan de hacerlo, a pesar de no estar muertos aún, a poco de empezar a estar vivos, y otros muchos más que ni siquiera lo comienzan a hacer-, siempre serán pocos. Razón de más, si es que no hubiese muy numerosas otras, para tener muy presente la desesperante brevedad de nuestro ser, lo irrevocable del transcurrir del tiempo en el que tenemos conciencia de estar vivos y por ende de la posibilidad de vivir esa vida que pasa, muy de prisa, y no regresa nunca más. De modo que no es demasiado deducir que la más grave, ridícula, torpe y absurda de las numerosas estupideces en las que el ser humano puede caer, no es otra que la de malgastar, desperdiciar, dilapidar, o perder tal vez lo único que no podemos conservar, multiplicar o comprar: el tiempo, nuestro tiempo. Del buen uso que hagamos de él va a depender la calidad de la existencia de la que disponemos.

Los otros dos factores que también nos ocupaban -el ‘P’ y el ‘F’- tienen una enorme influencia en la manera en la que nuestro entendimiento nos haga manejar los condicionantes que matizan las vidas de los que las viven, en mayor medida el segundo de ellos. Pues si conocer el origen primero de ese tiempo que nos determina, de la realidad de la que formamos parte, saber cuál fue el principio de nuestro mundo, su causa y el modo en el que ese “todo”, que apenas es casi nada, se engendró -el factor ‘P’-, no necesariamente de nuestro origen como personas en particular, del que algo sí sabemos, influye en la actitud con la que afrontamos la vida, el otro factor, el ‘F’, no es que la condiciona, es que la determina. Pues la respuesta, por siempre desconocida, a la pregunta que en él se formula conlleva algo de tanta trascendencia para lo que somos como sería el hecho de ser caducos, breves y temporales, o la posibilidad de que nuestro ser, de alguna manera, no desaparezca con el cuerpo cuando éste muere.

La cuestión es que, a pesar de que jamás vayamos a saber, con la certeza que ansiamos, si Dios existe o no, creer en la sola posibilidad de que así sea, ejerce una colosal influencia, y marca una vital diferencia, en el modo de afrontar y vivir la vida de los que así piensan y de los que no.

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