Tierra de nadie
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Verba volant. La máxima aspiración de cualquier artista es que su obra siga viva en la memoria emocional del público. Más allá de los premios –Oscar, Bafta, Globo de Oro, Emmy, Tony…–que plasman su grandeza interpretativa, e incluso de su nombramiento como Dame Maggie Smith, nada será comparable al imborrable recuerdo que deja en varias generaciones. Las mismas que han ido redescubriendo, década a década, su exquisita capacidad para encarnar con absoluta sencillez a personajes tan complejos como intensamente atractivos. Al saber su muerte, celebramos haberla conocido.
Unos recordarían California Suite y The Prime of Miss Jean Brodie, sus merecidísimos Óscar en los sesenta y setenta; a otros, nos vino inmediatamente a la mente su deslumbrante interpretación de la estirada prima Charlotte en Una habitación con vistas; a los más jóvenes, la profesora Minerva McGonagall de Harry Potter y quizá, a todos, la deliciosamente distinguida y escéptica Lady Viotel de Downton Abbey. Sin olvidar esa joya del maestro Cukor, junto al nuestro gran López Vázquez, con Viajes con mi tía.
Se inició en el cabaret y la revista y fue a principios de los sesenta cuando la crítica teatral londinense se rindió ante sus majestuosas interpretaciones en The Old Vic. Un día, tal y como contó a The Observer, recibió una invitación del mismísimo Laurence Olivier para interpretar a Desdémona. “Estaba absolutamente aterrorizada y le dije que no. Me fui a casa y a eso de las dos de la madrugada le envié un telegrama histérico diciéndole que lo haría”. Fue tal su calidad sobre las tablas que Peter Shaffer –autor de Amadeus y Equus– contó que tras inquirirle en una fiesta por qué sólo creaba obras de teatro sobre dos hombres hablando, decidió escribir para ella Lettice and Lovage.
Impresiona ver cómo domina admirablemente sus gestos. Más, cuando sus personajes suelen ser irrefrenables. Sea la incontenible Lady Hester de Té con Mussolini enfrentándose a los camisas negras; la combativa miss Shepherd de The lady in the van o la sarcástica Lady Constance de Gosford Park. Su actuación carece de artificios. Ni amaneramientos, ni excesos gestuales. Su elegancia interpretativa se concreta en prescindir en todo momento de lo innecesario. Si hay un hilo común en sus papeles es su capacidad para dominar el plano; le basta un gesto imperceptible, una sonrisa, una mirada y atrapa al espectador. Afortunadamente, nos deja su obra. Siete décadas de genialidad y excepcionales interpretaciones.
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