Jerez íntimo

Marco Antonio Velo

marcoantoniovelo@gmail.com

Un féretro en el patio antiguo de la Escuela de San José

Patio de la céntrica Escuela de San José.

Patio de la céntrica Escuela de San José.

En este patio antiguo nunca se había escuchado la magnitud del silencio como ahora: cuando el alquitrán de la muerte responde de nuevo a las leyes cósmicas de la finitud. Este patio antiguo de la ciudad -que repite en lontananza la heráldica de la Giralda y dos jarras- absorbe hoy la congoja de tantísimas personas aproximándose hasta el interior de la capilla. Abren paso los oficiales de la cofradía de la Estrella: Cristina Ramírez y Ramón Emilio Mejías con los rostros demudados. Pálidos como un fuego de tiza blanca. Como un recuerdo que se deshincha. Como el rocío sacrosanto de la primera aurora. Este patio antiguo, de algarabía cotidiana, se transmuta ahora en mudez de llanto incontinenti. Dentro del ataúd, que es cofre de un legado de amor, descansa un padrazo. Y un amigo que siempre se dio a querer. Me lo dice la expresión desencajada de Luis Prieto Enríquez. Y la cal de estas paredes con resonancia de niños exultantes a la hora del recreo. Y la mirada humedecida del autor del cartel de la Semana Santa 2023, Miguel Ángel Segura, y su esposa Chely del Ojo Sánchez. Y la veteranía consagrada de los antiguos de la Hermandad junto al sortilegio emocionado de esta remembranza corporativa que peina canas blancas como la luna creciente, juguetona, fugaz como un beso robado, de cada noche de Domingo de Ramos cuando un palio de Estrella computa estampas en blanco y negro.

Este patio antiguo de Jerez yace hoy en la Porvera como un féretro de madera que tirita de frío y delgadez. En su interior nos llega toda una institución de la Borriquita, ejemplo de permanencia y lealtad institucional que trabajó a destajo haciendo de la constancia una virtud de veras imitable. Decía Miguel Hernández que siempre “voy de mi corazón a mis asuntos”. Así vivió y así murió el bueno de Fernando Molero Zayas. De su corazón –¡que tanta sangre de cariño irrigaba!- a sus asuntos -¡su familia y su Hermandad de Cristo Rey!-. ¡Qué cofrade más ejemplar sin trampas ni cartón! ¡Cuántas horas y deshoras, cuánto desprendimiento, cuánta simpatía repartida a raudales así pasasen Juntas de Gobierno, hermanos mayores, unos y otros, décadas, generaciones! Fernando Molero jamás cometió la estupidez -tan en boga- de calibrar su entrega a la cofradía según despertase simpatías o antipatías personales hacia los dirigentes del momento. Fernando siempre estuvo y se mantuvo al pie del cañón, con su personalidad bromista y cercana, y tan seria y contundente a la hora de honrar a quien sobre una burrita entraba en la Jerusalén de este nuevo amanecer que es la vida de un hombre bueno como el pan nuestro de cada día.

¡Qué de cofrades de la Estrella, los de entonces y los de ahora, llorando en el patio antiguo de la escuela de San José este pasado viernes a las cuatro de la tarde! ¡Cuántas veces no habrá entrado Fernando por aquella puertecita que daba a una capilla de algarabía y cirio encendido! ¡Para montar pasos, para colocar flores, para asistir a los cultos, para atravesar un guiño de capirote azul y para llevar del brazo a su hija Verónica -por la que Fernando siempre se derritió de ternura y complicidad- en el feliz día de su boda! ¡Tan lejos, tan cerca! Como lejos y cerca quedan aquellos primeros años ochenta con un jovencísimo Fernando ejerciendo de mayordomo titular del equipazo presidido como hermano mayor por Antonio Morales e integrado por históricos como Miguel Monje, José Ramírez Baliñas, Rodolfo Fuentes, Fernando Cornejo Villalba, Manolo Serrano o Miguel Pérez Carrillo, con quien además compartió su gran afición belenista.

En este patio antiguo del colegio San José Fernando hoy ha sacado su última papeleta de sitio. Va colocado en el tramo de la Gloria. Con una insignia de seis cuerdas de guitarra y un capirote aleve como los algodones de las otras nubes del cielo: las que amarran la verdad suprema de un título innato y eterno: la de ser, por la gracia de Dios, buena persona. No fue mi padre pero me concedió una hermana para toda vida. ¡Bendita sea la rama que al tronco sale!

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