Habladurías

Fernando / Taboada

Todo franquista

22 de noviembre 2015 - 01:00

LA última mentira del régimen franquista la dijo Arias Navarro en noviembre de 1975, mientras hacía pucheros y se sorbía los mocos como buenamente podía para dirigirse a los españoles que tuvieran en ese momento la tele puesta. Aquella mañana sin colegio nos dijeron que Franco había muerto y para disipar las dudas nos lo plantaron, ya fiambre, en una capilla ardiente por la que desfilaron para despedirlo miles de incondicionales suyos y, según se dice, un buen número de desleales a la causa que no se fiaban un pelo de la noticia y quisieron acercarse al Palacio de Oriente para certificar la defunción con sus propios ojos.

Pero cuarenta años después sabemos que eso de que Franco hubiera muerto no es del todo exacto, porque a lo mejor Franco ya no despacha en El Pardo, ni pasea su resumida figura bajo palio. No posará en las portadas de las revistas sujetando un salmón como si lo hubiera pescado él mismo, ni alarmará a la población advirtiendo de los peligros que encierra una conjura judeo-masónica. Pero raro es el día que su nombre no aparece en los periódicos. Este artículo, sin ir más lejos, lo pone de relieve.

Y no solo sigue siendo noticia el dictador por la retirada de sus símbolos en calles y edificios oficiales. La pejiguera del franquismo no se limita a esas polémicas repetidas en torno a sus restos mortales en el Valle de los Caídos, o al caso de algún artista provocador al que se le ocurre exhibir una escultura del caudillo metido en un frigorífico y convierte la cuchufleta en asunto de Estado.

En el ámbito lingüístico se demuestra que Franco sigue de plena actualidad. A fuerza de estirar su significado y de abusar del término, franquista se ha convertido en una de las palabras más repetidas de la lengua castellana, de manera que a un modo de gobernar en democracia se le puede llamar franquista, y a un tipo de actitud ante la vida, y hasta a una forma de cardarse el pelo (y eso que ese señor era calvo.) Al parecer, se siguen aprobando leyes franquistas, se pronuncian discursos calificados como franquistas, y hay respuestas franquistas en el Senado a preguntas que Franco seguramente no sabría ni responder.

Llamar franquista a tantas cosas diferentes es de un franquismo que tira para atrás, más que nada porque con esa manía de fomentar el adjetivo aplicándolo a casi todo seguiremos manteniendo vivo su recuerdo, cuando probablemente el dictador no merecería semejante gloria.

Ayer escuché decir a un experto que la violencia machista es franquismo en estado puro. Y me quedé un rato pensativo, pues que yo sepa, siendo un canalla, ni Franco inventó la violencia ni tampoco inventó el machismo. Por eso no creo que debamos llamar franquistas a todas las cosas patrióticas o anticuadas o autoritarias o de poca estatura que se nos pongan por delante. Porque si no, entonces Calígula habría sido franquista sin saberlo, y la fabada asturiana, a su modo, tendría algo de franquista. Y los viajes de novios. Y el baile por sevillanas. Y cantar la Marsellesa. Y no cantarla también.

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