Eduardo Jordá

El gato tuerto

EN TRÁNSITO

24 de noviembre 2010 - 01:00

TENGO un amigo irlandés que vive en Dublín. Hace diez años le habían ofrecido una fortuna por su casa, que está en el barrio que rodea la Connolly Station, al norte del río Liffey, donde en la época del Ulises había estado la zona de los burdeles. Pero ahora esa casa no vale casi nada, y su banco ha quebrado o está a punto de quebrar, y mi amigo cree que tendrá que vivir con la ayuda del dinero que le pueda mandar su hija que vive en Nueva York.

Mi amigo ya no es joven. A los quince años se escapó de su casa y se alistó en el ejército inglés, donde no lo pasó del todo mal. A pesar de ser un irlandés, y por tanto un personaje muy poco simpático para los ingleses, sus oficiales le cogieron aprecio porque tenía muy buena puntería. Luego mi amigo volvió a Irlanda. Se casó, tuvo hijos, trabajó en la televisión, empezó a pintar, se separó y consiguió abrirse camino en la vida. Cuando cumplió sesenta años me dijo que se sentía muy afortunado por la vida que había tenido. Venía de una familia de trece hermanos con un padre alcohólico y conductor de autobús (los días que conseguía ir al trabajo, que solían ser pocos). Pero mi amigo no tenía ningún motivo para quejarse, sino todo lo contrario. Era pintor y sus cuadros se vendían bien. A sus hermanos las cosas también les habían salido más o menos bien. Uno incluso se había atrevido a confesar delante de toda su familia que era homosexual y tenía un novio inglés (y el resto de la familia, contra todo pronóstico, se lo había tomado bien). Cuando mi amigo nació, Irlanda era un país pobre que no pintaba nada. Pero cuando cumplió sesenta años, Irlanda era "el tigre celta", el país con el crecimiento económico más alto de Europa. "Ahora somos un país rico, muy rico", me dijo aquel día con orgullo, cuando me explicó que le habían ofrecido una fortuna por su casa cerca de Connolly Station y que sus cuadros habían alcanzado una cotización que nunca se habría podido imaginar.

¿Y ahora? Pues ahora mi amigo tendrá que confiar en el dinero que le pueda mandar su hija desde Nueva York. Y luego ya verá. Y suerte que no vendió su casa. Si la llega a vender, se habría tenido que entrampar para comprar otra, porque todas las casas que tenían el mismo tamaño que la suya valían tres veces más, así que ahora no tendría ni casa ni dinero para pagarla. Y lo que más le joroba -y eso lo repite con insistencia- es que entre todos tendremos que pagar las deudas de los cretinos que han hecho quebrar el banco. Cretinos y sinvergüenzas -repite-, y yo le dejo hablar porque sé que necesita desahogarse y los amigos están para eso. Antes de despedirse, mi amigo resume la historia de su país: "Otra vez volvemos a ser un país que inspira lástima. El tigre celta resultó ser un gato callejero. Y encima tuerto". Pobre Irlanda.

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