No quería terminar este 2018 sin acordarme de una de las efemérides del año, los 150 años de 'La Gloriosa', la Revolución de 1868. Sin entrar a valorar cuestiones que corresponden estudiar a historiadores mucho más autorizados, como el profesor Caro Cancela, simplemente quiero acercarme al triste impacto que este alzamiento tuvo sobre el Patrimonio. Y hay que empezar recordando que el levantamiento que acabó con el reinado de Isabel II tuvo su inicio en la cercana Cádiz el 18 de septiembre de ese año con un destacado apoyo jerezano. Enseguida se constituyó en Jerez una Junta Revolucionaria que se hizo cargo del poder municipal y que no tardó en tomar tajantes medidas. Sólo una semana después del comienzo del proceso revolucionario ya se propuso incautar y cerrar todas las iglesias y conventos femeninos, con la excepción de los templos dedicados al servicio parroquial. Finalmente, se desechó la exclaustración de las monjas pero se decretó el derribo de algunos de sus cenobios. Las excusas fueron la supuesta ruina de estos edificios y la necesidad de dar trabajo a unas pauperizadas y descontentas clases populares. Y de este modo sucumbieron una serie de conventos fundados en el siglo XVI y que fueron reformados y decorados durante el Barroco. Así, los femeninos de San Cristóbal, Victorias y Concepción pasarían a ser plazas de elocuentes nombres: de la Revolución (actual del Banco), de Topete (Salvador Allende) o del Progreso. Asimismo, perecerá la iglesia de de la Veracruz creando la llamada plaza de la Unión (Romero Martínez).

La visceralidad de ayer es la indolencia de hoy. De las desamortizaciones y destrucciones decimonónicas a la falta de una efectiva protección legal de estos monumentos en la actualidad, el resultado ha sido, y sigue siendo, la paulatina pérdida de nuestro patrimonio artístico conventual.

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