Golpe a golpe

Cuarto de muestras

04 de mayo 2025 - 03:07

El infierno está lleno de buenas intenciones. El pasado martes, 29 de abril, la Real Academia de la Lengua decía rendir homenaje a Antonio Machado. Lo hacía mediante la lectura de su discurso de ingreso en la propia RAE escrito en 1931 que nunca llegó a leer. Como bien saben fue elegido miembro en 1927 si bien nunca llegó a tomar posesión de su sillón por motivos que se ignoran, pero sobre los que se ha especulado mucho. Desde su recelo a la institución hasta la manera en que, con su nombramiento se evitó, gracias a la mano oculta de Primo de Rivera, que entrase Niceto Alcalá-Zamora o el estallido de la guerra. Sea como fuere, Machado le escribió en una carta a Unamuno: “Es un honor al cual no aspiré nunca; casi me atreveré a decir que aspiré a no tenerlo nunca. Pero Dios da pañuelos a quien no tiene narices…”.

El acto de homenaje había sido anunciado y se podía seguir en las redes de tal modo que quedó grabado y pude verlo esa misma noche. Me podía el ansia de escuchar la voz de Machado, su poesía viva. Me distrajeron la pomposidad del salón, el estrado, las vidrieras, los marcos dorados de los retratos, los sillones tachonados, los cortinajes de terciopelo, el mármol muerto de sus paredes. El frío modo del hablar académico, siempre en mayúsculas, forzadamente solemne. Palabras grabadas en lápidas con cincel de oro. Palabras en desuso de las que hay que ensayar para no equivocarse al pronunciarlas como “recipiendario”. Un Gatopardismo invertido pues velan por los movimientos de nuestro idioma desde el mayor de los inmovilismos.

Comenzó el teatro. Y digo teatro porque un actor afamado, Sacristán, hizo de un Machado vestido de luto, con voz ampulosa e impostada. Ponía su manita a la altura del texto que iba leyendo con lentitud ceremoniosa, subrayando las expresiones, guardando silencios, dominando el escenario. Le contestó un dramaturgo, como no podía ser de otra manera, Mayorga, quien lo tenía aún más difícil, pues tuvo que encarnar al solitario, intelectual y veleidoso Azorín hablando en primera persona. Madre mía. Hasta Machado puso de su parte en el acto, pues su discurso es lo menos machadiano que le he leído, menos en eso del final de que cuando el arte vuelve la espalda a la naturaleza y a la vida, los ingenios se entregan a toda suerte de ejercicios superfluos. Después Guerra habló de su exposición trayendo al menos con su acento andaluz los recuerdos de infancia del poeta. Para cuando Serrat comenzó a cantar en esta procesión “La Saeta” yo ya sentía clavados en mi corazón los clavos de Cristo, golpe a golpe, verso a verso. Una pena.

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