El hijo de Frankenstein

Lo mejor es que Frankenstein se cueza en su propia salsa y gobierne con su delirante mejunje ideológico

La productora de ficción de la Moncloa –ese gabinete del doctor Caligari que nos hipnotiza a diario con su propaganda– no para de estrenar sus películas de serie Z con más éxito aún que Barbie y que Oppenheimer. Y en la nueva producción, que se estrenó anteayer, el monstruo de Frankenstein tuvo un hijo, y ese hijo se llamaba Puigdementis (el loco Puigdemont que dio un golpe de Estado y huyó en el maletero de un coche). Ya sabemos que no hay factoría de guionistas comparable con la que trabaja a las órdenes de Pedro Sánchez. Nadie puede superar sus tramas imprevisibles ni sus cliffhangers que dejan la legislatura pendiente en el último segundo del dictamen de un loco (el citado Puigdementis, por más señas prófugo de la justicia). Los fans de Pedro Sánchez, que forman un ejército de zombis equiparable al de The Walking Dead, están muy felices con el nuevo estreno. Frankenstein 2 traerá más justicia social, más protección de los vulnerables y más progresismo antifranquista. Fabuloso.

Por supuesto, hay gente que se lleva las manos a la cabeza pensando en este disparate de guión, pero lo mejor es que Frankenstein se cueza en su propia salsa y gobierne con este mejunje ideológico que nuestras cucurbitáceas intelectuales califican de “izquierda progresista”. Que sea Frankenstein 2 quien introduzca los cortes de agua antifascistas y los peajes progresistas en las autovías. Que sea el nuevo Frankenstein quien administre la quiebra de la Seguridad Social. Que sea el nuevo Frankenstein quien imponga los recortes que le exigirá Bruselas y quien apruebe las nuevas subidas de impuestos que asfixiarán –aún más– a los cuatro desgraciados que pagan la verbena. Que se lo coma con patatas el gran Frankenstein y que sea él quien se las componga con el descontento popular que no tardará en llegar. ¿No quería gobernar al coste que fuera con su delirante política de bloqueo? Pues con su pan se lo coma.

Evidentemente, eso significa que las instituciones del Estado serán sometidas a un proceso irreversible de colonización por parte del poder y que la burla hiriente contra la justicia –ahora llamada “desjudicialización”– seguirá su curso con la complicidad de los perritos falderos que nuestro Frankenstein ha colocado en el poder judicial. Da igual. Seremos antifascistas. Y seremos felices.

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