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Yes cuando unos padres están esperando en el aeropuerto a que llegue su hijo y en la pantalla del aeropuerto la hora de aterrizaje está en blanco. Es cuando unos padres han arrancado de su ser una de sus partes más vulnerables para poder soportar la ausencia de su hijo durante una semana, siete días, para que su hija de catorce años aprenda otro idioma, y la mejor manera es que viaje al país de origen y así elevar su preparación. Y es cuando esos padres están convencidos de que hacer el sacrificio de tener que llevar a su hija al extranjero será mejor para su futuro que aprieta en competencias. Y el horror es cuando su hija les ha llamado desde el aeropuerto del Prat de Barcelona minutos antes del despegue para decirles que en poco más de dos horas podrá otra vez abrazarles. Y el horror es cuando los padres han podido presumir entre sus amigos y vecinos de que su hija ha estado viviendo en España. Y el horror es cuando los padres se han creído que su pequeña, con sólo catorce años, ya es una mujer porque su experiencia, lejos de sus padres y conviviendo en casa de una buena familia española, le hará madurar y apreciar lo qué es estar fuera del cobijo del hogar. Y el horror es cuando esos padres se han tenido que sobreponer a un retraso de media hora y peor aún cuando en las pantallas del aeropuerto todos los vuelos que están tomando tierra salen reflejados en los monitores pero el del 4U9525 tan sólo pone el numero de vuelo pero no marca la puerta en la que saldrán los pasajeros.
Esa pantalla está en blanco como en blanco se va a quedar la vida de estos padres que ya no podrán nunca jamás abrazar a su hija. Ni ésta saldrá entre las puertas automáticas de la llegada de pasajeros porque se ha desintegrado en el espacio y ahora está hecha añicos entre las montañas escarpadas de los Alpes. Un remoto lugar evocador para esquiadores y para el orgullo de la orografía europea pero donde ahora está su hija despedazada. El horror es ése. El sentimiento atronador de esos padres que tendrán que regresar a su casa, tarde o temprano, por mucho que se quieran acercar al lugar del accidente, por mucho que reciban apoyo psicológico. El horror es el vacío inexplicable que van a vivir esos padres que irán a la habitación de su hija para rastrear su aroma corporal, para retozarse desesperados sobre las sábanas en las que dormía su pequeña y en las que aún puede quedar un resquicio de su olor. Y recorrerán un millón de veces las cosas de su pequeña que ya se han clavado como los objetos de un museo arqueológico que nunca se atreverán a desmontar. El horror existe y es el de esos padres que fueron al aeropuerto a recoger a su hija y tienen que regresar a su casa, solos.
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