Alto y claro
José Antonio Carrizosa
¿Conspiración?
NOTAS AL MARGEN
EL Congreso Federal del PSOE que arranca hoy en Sevilla, salvo sorpresa, apunta a un agradable paseo para Pedro Sánchez, aunque esté contra las cuerdas. No es previsible que su liderazgo se vea debilitado ni por el caso del fiscal general, ni por las imputaciones de su mujer y su hermano, ni por las amenazas de Ábalos y Aldama, ni por sus pactos con Puigdemont, ni por la dimisión de Lobato al frente de los socialistas a Madrid, cargando contra la dirección del partido...
Sus enemigos íntimos vaticinan que vivirá el Congreso como Pedro por su casa, entre aplausos y pétalos de rosas y sin espinas, porque así lo ordena el partido y el personal ni rechista. Quien levante la mano sabe lo que le espera: que pregunten al ex líder de la federación madrileña. Pero tampoco hay que irse tan lejos. Ni uno sólo de los cargos socialistas andaluces que acudieron a la última interparlamentaria, entre senadores, diputados y parlamentarios, tuvo arrestos para criticar el cupo catalán que tanto perjudicaría a Andalucía. Descanse en paz el debate de las ideas y vivan la reverencia y el entreguismo, sin un mísero pellizquito de autocrítica, aunque sea por dignidad.
Tanto incienso nubla el pensamiento para renovar cualquier proyecto político, social y económico, y hace aún más difícil reforzar los ideales de lucha por una libertad y una igualdad reales entre los territorios. Hace tanto que el PSOE se olvidó de la justicia social, que ahora es incapaz de recuperar su espíritu. Sánchez sólo confía su suerte a la polarización como si lo mandara el destino. Y todo el legado que heredó del consenso fraguado por sus mayores se perdió en su memoria selectiva. Ni el PSOE se parece al de la Transición -cuando se atendían todas las aportaciones, viniesen de donde viniesen- ni la dirección aspira hoy a recoger las inquietudes de sus militantes para enriquecer el partido. Los congresos se ventilan sin respirar.
A los delegados andaluces, como al resto, sólo les preocupan los cargos y saber dónde se situará Juan Espadas tras presidir el cónclave. Sobrevivir. Su vocación no es otra que comprobar si Sánchez lo reforzará al frente del PSOE andaluz tras invitarlo, como es natural, a recibir a los suyos con un buen discurso, o si lo ninguneará todo el tiempo, para darle la razón a quienes lo dan por muerto. La suerte de todos aquellos que acuden a los congresos para preguntar “qué hay de lo mío” depende del futuro de Espadas y son una legión. La mayoría sólo se ocupará de amarrar apoyos para sus congresos provinciales y locales, y se dejará ver ante María Jesús Montero y Santos Cerdán con la vista puesta en las candidaturas a las alcaldías. Todo lo demás, si el PSOE es capaz de remontar con un proyecto de país ilusionante o si es la segunda o tercera fuerza de Andalucía, como lamenta Felipe González, sólo se atreverán a discutirlo lejos del escenario, que es el espacio central de las discusiones, para deshonra de aquel partido gobernado por la pluralidad que no toleraba el dogmatismo y que ahora reposa sobre una estructura piramidal.
González ha puesto el dedo en la llaga al señalar, sin acritud, que la socialdemocracia ha perdido el foco alejándose de la clase trabajadora. Y lo hace con la autoridad de quien en su día se subió a las tablas para pedir al líder socialista en el exilio, Rodolfo Llopis, que diera un paso al lado: “Usted defendió siempre los valores de la democracia, pero ya no los representa”, le vino a decir. El problema es que el PSOE, al contrario que el PP, hoy no sólo no sabe qué hacer con sus notables y veteranos representantes, sino que no los considera como merecen, faltándose al respeto a sí mismo y a su historia. El descreimiento entre los socialistas es tan colosal que muchos no creen ni lo que cantan cuando entonan La Internacional.
Sería una auténtica sorpresa que se cuestionara la gestión del Gobierno durante la DANA de Valencia. O que alguien se animara a debatir la propuesta de Sánchez sobre una España federal. ¿Quién está pensando en el modelo territorial? Los socialistas andaluces sólo estarán atentos al informe caritas de Espadas. Si Sánchez le coloca la mano sobre el hombro, verán en su traje un brillo especial, pero si lo ignora ni se molestarán en despedirse de él. Espadas seguirá siendo Espadas, pero lo juzgarán siguiendo el pulgar de Sánchez. Los mismos valores presididos por la democracia interna que llevaron en volandas al líder socialista hasta Moncloa han sido sepultados. Y éste no es el problema de una sola generación. Es un problema de base que carcome a todos los partidos por igual. Sin excepción. La mayoría de partidos carece de criterio y de vida interna y camina a la deriva, sin fuste. Se parecen tanto unos y otros que es difícil hallar siete diferencias entre el PSOE y el PP.
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