La columna

Luisa Fernanda Cuéllar

El indomable verano

05 de septiembre 2014 - 01:00

DESCANSANDO en el extranjero, me llamó la atención el anuncio de un circo que ponía textualmente 'Traiga a sus fieras para que conozcan a las nuestras'. Seguí mi camino sin pensar más en ello, hasta que al volver a España y alojarme en un parador, recordé aquella publicidad. Había un hermoso jardín con fuentes y confortables sillas a la sombra. Reinaba una paz maravillosa. El silencio se prodigaba como un don invaluable. Pero a poco llegaron como caballos en tropel unos niños que chillaban, peleaban, hacían berrinches y corrían de un lado a otro haciendo el mayor ruido posible. Todo frente a desconocidos cuyo único delito era querer estar tranquilos. Los extranjeros se preguntaban a qué hora iban a intervenir los padres para poner orden, pero no ocurrió. Un grupo de alemanes, fastidiados por el escándalo, decidió levantarse e irse. Al poco rato unos ingleses hicieron lo mismo con el disgusto dibujado en el rostro. Una señora holandesa no cesó de decir disimuladamente shhhhhh, mientras intentaba, una y otra vez, concentrarse en su lectura. Y poco a poco el jardín se convirtió en un escenario deplorable donde la educación y el respeto por los demás no hicieron su aparición. Ante nuestras miradas, la madre de uno de los niños, exclamó: "Son niños" como justificándolo todo. Yo pensé, "Niños, sí. Mal educados, también". Porque los niños deben jugar, disfrutar y reír pero no a costa de molestar a otros. Veo con tristeza que el concepto de educar se ha transformado en un estado permisivo en el que los padres contemplan, impotentes y sin autoridad, lo que a sus hijos les venga en gana hacer. No estaría de más replantearse que una buena educación es esencial para crear buenos ciudadanos. A ningún niño le va a hacer daño saber que existen unos límites que no puede rebasar. Al contrario, le hará bien. Muchas generaciones fuimos educadas así. Y somos felices.

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