La esquina
José Aguilar
Tragedia total, miseria política
Por montera
Arduo problema tenemos con los incendios que forman parte de nuestras vidas y aquellos que creen que son extras terrenales inevitables. Pero más grave es el problema, por demostrada ignorancia, de los políticos que se escudan en realismos imaginarios para exculpar sus responsabilidades. España arde como nunca, al menos en los últimos 30 años, según quienes se ponen a recordar. No ha habido tantas hectáreas quemadas en siete meses que como en años anteriores. El pavoroso dolor de ver cómo cientos de vecinos abandonan a la carrera sus casas, sus ganados, sus huertas, envueltos en un valle de desconsoladas lágrimas, no está provocando la misma solidaridad que aquella lava, hipervigilada, que vomitaba el volcán de La Palma, cuyos vecinos aún siguen sobreviviendo de prestado. A esos, sí, a los que no se les iba a olvidar. Se escupen palabras estudiadas entre centenares de asesores sentados en despachos, para regarlas, sin piedad, pisando suelos carbonizados cuya ceniza será una molestia subirla pegada a la suela de marca al avión privado. Ni las llamas se apagan con palabras que matan, ni la Palma ha vuelto a ser, ni estos desdichados, tampoco lo serán. Respondió aquel a Ronald Reagan, en 1988, que la única cosa que podía hacer el hombre para apagar el infernal e histórico incendio en el bosque de Yellowstone era esperar a que cambiara el tiempo. Temo que eso es lo que creen quienes deberían estar cambiando las políticas de prevención de incendios para mantener los bosques, que no son sólo adornos sino nuestra principal fuente de vida, y siguen diseñando frases contra los opositores en lugar de acondicionarnos a las situaciones climáticas actuales. Leyendo a expertos, que se quejan de que sus informes no trasciendan a los medios de comunicación, alertan éstos de la llegada de más incendios devastadores, más pandemias transmitidas desde los animales al ser humano y otras devastaciones que no están siendo atendidas. Los expertos se sienten tan solos como los hombres y mujeres de a pie que no hacen más que advertir del abandono de nuestros pulmones naturales y, quienes deben trabajar sólo se preocupan de pelear en el Congreso. Como dijo aquel, todo lo que se ignora se desprecia. El realismo imaginario era para civilizaciones temerosas de la llegada de las inundaciones, incendios o plagas como castigo de los dioses. Con algo más de cultura y teniendo argumentos, estudios científicos y explicaciones, el mayor peligro son los necios y sus mantenedores. Son responsables de las vidas que está matando el fuego que pretenden apagar con palabras. Sálvense quien pueda.
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