Gafas de cerca

Tacho Rufino

jirufino@grupojoly.com

Para inflación, la ensaladilla

Quiere uno percibir que la expresión "intrahistoria" se utiliza cada vez más, y con excesiva largueza; como si cualquiera historia personal o de ámbito reducido fuera una intrahistoria, cuando Unamuno acuñó dicha voz para aludir al devenir silente de la gente corriente, esa mayoría que no sale en periódicos ni tratados de Historia. Pues permitan la propuesta: la ensaladilla, la rusa, no sólo es un elemento intrahistórico de primer orden, sino que también es un indicador microeconómico (microeconomía: parte de la Economía que trata del comportamiento de las personas). Lo es porque su oferta y su consumo de tropa de barra y velador han metamorfoseado de forma acelerada. En Madrid -la capital es un marcador de tendencias y un barómetro general- casi no hay restaurante o bar que no la ofrezca. Esto no ha sido siempre así: es más, como sucedió con los huevos bechamel o sucede con las espinacas con garbanzos, la sencillísima tapa de resonancia imperial caía en decadencia. Pero su emergencia pospandemia es indudable. Vamos a la liviana indagación micro.

Por temor a los custodios del grial de la papa con mayonesa, que tienen su observatorio torquemadiano y todo (llamado ODER), no entraremos, salvo como mención, en el I+D+i de la cosa: servirlo como bola de helado, chorrear la divina salsa en vez de aplicarla con brío y "al desprecio", incorporar los garabatos de reducción de vinagres o pedroximenez; declarar vaderetros casposos a la aceituna o el atún de lata; asistir al avance del vanguardismo de la yema, la piña aguafiestas o el pétalo; debatir si se presenta sobre pizarra o góndola de porcelana... Me crie en la de Pepe el del Tajo, pura papa a cascotes y mayonesa a hierro, sobre platillo blanco. No caigamos, vale, en la ortodoxia sentimental, pero sí entraremos en decir que igual que, de la mano del perro pastor hecho virus, nos han trashumado hacia horarios estrictos -a las cuatro, te barren- y hacia la reserva, ya nos ofrece ensaladilla -o algo así- desde Casa Frasco hasta el sitio del mandil negro. Con un coste de producción casi simbólico, su PVP alcanza cotas intrahistóricas.

Qué rica estaba la ensaladilla, y generosa, ¿me da la cuenta? Son 7,90, caballero. Dios. 5,20 la tapa, 2,70 la cervecita. El "para los niños, ensaladilla" pasa de ser un clásico a ser un oxímoron, contradictio in terminis. El vídeo mató a la estrella de la radio; la pandemia y la mesa alta acorralan al tapeo. Que -¡oh tiempos!, ¡oh costumbres!- fue hace nada un disfrute a cualquier alcance. (Frecuentemos los baluartes cercanos.)

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