Jerez, 1958: Álvaro Domecq Díez en el diario ‘Pueblo’ de Emilio Romero (I)

JEREZ ÍNTIMO

César Gónzalez-Ruano, Federico García Sanchiz y Marino Gómez-Santos.
César Gónzalez-Ruano, Federico García Sanchiz y Marino Gómez-Santos.

09 de mayo 2025 - 06:00

La prosa de Marino Gómez-Santos siempre tuvo voluntad de estilo. Fue un consumado estilista de la adjetivación costumbrista. Un biógrafo con sello propio que además solía enrolarse -e incluso enrollarse- en el día a día del protagonista de sus libros. De ahí la riqueza fluvial de los anecdotarios. No un escritor a media distancia al respecto del biografiado sino siempre un amigo de larga data. Para mí tengo que Marino Góméz-Santos es un escritor injustamente no obviado sino frontalmente desconocido para las nuevas generaciones de españoles. Ya decía Eduardo Marquina que “España y yo somos así, señora”. Las biografías de Marino son unas auténticas delicias para el paladar de los lectores con criterio. Saben a literatura bien horneada. Con su perejil de incontestable verosimilitud. Hace un par de años sus Majestades los Reyes Magos me obsequiaron, además de una amplia amalgama de regalos diversos, con el libro de la editorial Renacimiento y autoría del referido Marino Gómez-Santos ‘César González-Ruano en blanco y negro’. Su lectura me produjo un divertimento inenarrable. Acudan a sus páginas con fruición y delectación...

José Ortega y Gasset argumentó que “todo hombre original es irremplazable”. Así Marino frente a la hambruna -de alfabeto y metáfora- que le suscitaba la seducción irredimible del folio en blanco. Del propio González-Ruano Marino decía en el prólogo que, siendo “uno de los escritores más populares y leídos del siglo XX”, fue, además, “hombredad de emulación bradominesca, como los supuestos blasones, que le iban bien a César”, así como otra tentativa incontestable: “Su perfil físico era de diseño propio, entre daliniano y alfonsino”. Marino biografió, entre otros, a Azorín, Antonio Ordoñez, el mentado Ruano, Severo Ochoa, Santiago Bernabéu… Como no podía ser de otra manera a resultas del tecleo de máquina de escribir, por descontado cultivó el periodismo de prosa a pie de calle, de rico léxico, de divagaciones y reflexiones hiladas en tropel, de semántica que anonada y morfología que imanta. Durante años su firma descolló en el mítico diario ‘Pueblo’, a la sazón dirigido por el gran Emilio Romero -cuya obra literaria y cuyo legado periodístico merecen cuanto menos un ensayo de cuerpo entero-. Aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid recomiendo cinco de sus libros que campan y campean a sus anchas en los estantes de mi biblioteca particular: ‘Prólogo para un rey’, ‘Mis versos secretos y prosas canallas’, ‘Cartas pornopolíticas’, ‘Crónicas malditas’ y ‘Tragicomedia de España’. Ni una coma de desperdicio…

Entrecomillemos algunas afirmaciones del señero director de ‘Pueblo’ en estas obras de crujiente musicalidad periodística -todas publicadas por Planeta-: algunas en la diamantina colección ‘Espejo de España’ y otras en las manejables y harto consultables ‘Colección Textos’. En ‘Crónicas malditas’, consideradas las mejores -por agudeza y puntería analítica- sobre el final de la Transición (con te mayúscula)- comenta, como botón de muestra, que “la mezcla de actor, de periodista, de inventor de prodigios y de crítico acerbo, que es Amestoy, nos trajo a la televisión el intento de encontrar una imagen real de nuestro país -nada menos que de cinco millones de españoles- a través de una familia originaria de Extremadura, y dispersa, y centrifugada por España y el extranjero. En esta familia se daban agricultores, chupatintas, sastres, taxistas, apolíticos, cavernícolas, y otras especies”. Obviamente se refería a los Botejara. Este libro de casi 500 páginas indica en la 207 que “la Historia, vista muchos años después, es atractivamente plástica. La Historia de ahora mismo es ramplona. La perspectiva es decisiva”. En ‘Cartas pornoplíticas’ remite una serie de misivas a personalidades de actualidad pública. Una de ellas la dirige “a mí mismo” y, como un lanzamiento de efecto boomerang, se pegunta: “¿Qué haces, Emilio Romero”… Para proseguir afirmando categóricamente: “Al principio te costaba digerir los sapos. Ahora son tu necesidad. Sin sapos no serías feliz. A ti no te tachan por decreto, o te olvidan por una conspiración”.

Emilio, que murió con las botas puestas, llegó a escribir un aforismo de autodefensa cuando algunos, al final de sus días, pretendían considerarle pura arqueología del oficio: “Me gusta sobrevivirme cuando ya me dais por muerto”. Página 199 de ‘Mis versos secretos y prosas canallas’: “Se ha establecido un rasero: aquellos que no sepan nada del Estado son precisamente los llamados a hacerlo. Es mejor la habilidad que el ingenio. Es más útil el servilismo que el servicio. En esta corte de los milagros, suena mejor Aristófanes, que Platón. Pues bien: indaga indagando -que es gerundio- me he topado de bruces con un ejemplar del arriba citado periódico ‘Pueblo’. Año 1958. Una joya del así denominado viejo periodismo. Y, ojeando los cintillos, las entradillas, las secciones, el pulso del país, los párrafos nunca novelescos, ha aparecido -a mi vista- un reportaje a página completa -el primero de varias entregas- firmado por Marino Gómez-Sántos: narra su experiencia de casi una semana instalado en ‘Los Alburejos’, pura jerezanía de señorío y educación de canela en rama, junto a Álvaro Domecq Díez, anfitrión con quien dialoga de tú a tú al respecto de lo divino y lo humano, lo físico y lo metafísico, el linaje y la estirpe, los caballos, las tradiciones… Como el tiempo apremia y el espacio -por hoy- ha concluido, sólo me resta incluir una palabra a la usanza del periodismo a la antigua ídem: “Continuará…”.

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