Jerez, 2 de marzo de 1939: ¡Habemus papam! 

Jerez Íntimo

Pío XII escribiendo a máquina un mensaje de Navidad.
Pío XII escribiendo a máquina un mensaje de Navidad.

19 de mayo 2025 - 06:59

Jueves, 2 de marzo de 1939. Jerez es como un claroscuro agridulce. Nadie despachurra su tendencia ideológica. La prudencia y la contención tiñen incontinenti la privacidad familiar de cada cual. La libertad de expresión adquiere una textura incorpórea. El determinismo no calza con las palabras incendiarias. No escasea, sin embargo, el donaire. El estruendo léxico entreteje dos palabras horrendas: paredón y fusilamiento. Al alba sería y no precisamente desde una perspectiva quijotesca. Hay quien habita al margen de la contienda. Los vagos no eligen el chanchullo como treta de mera supervivencia. La astucia pugna en habilidad con la trola. Entonces el valor de marca operaba en otros quirófanos. Con todo y con eso: los jerezanos se presentaban -en espíritu y en verdad- como gente de bien. Valores éticos siempre defendidos a ultranza con uñas y dientes. La educación y el respeto al prójimo eran normas de conductas dominantes.

Jerez no vaticinaba entonces que casi un siglo más tarde la ciudadanía padecería -como realidad y nunca simulacro- un bienio pandémico. A veces el clima amanecía denso como cuajada de caserío. Nadie era tan zote como para no valorar el plato de comida que a diario exhibía su candor y su fragor en el centro de la mesa de camilla. Manjar en su escasez de tiempos de guerras. La publicidad expandía la excelencia de los vinos de esta bendita tierra. “González Byass es sinónimo de calidad y estilo. Calidad y estilo es sinónimo de González Byass”. Los circunvecinos no se hicieron eco del Consejo de Ministros que tuvo lugar en Burgos con horario de sobremesa y término sobre las once de la noche. Entre los acuerdos destaca la autorización para abrir un sorteo de la Lotería Nacional al objeto de incrementar los recursos de protecciones benéficas y sociales.

La tradición convocaba cultos de cofradías. El almanaque de las vísperas abrochaba el rito. Las glorias mundanas son finitas. Las convocatorias de cultos contienen un mensaje invicto. Pronto retumbarían los ecos de los tambores en las esquinas de un sentimiento rocalla. El ceremonial de revestirse de nazareno regresaba a esa voluntad que obra milagros. Las procesiones no guardan semejanza con ningún desfile. Sí con la manifestación del testimonio. El sacerdote jesuita Manuel Martínez Ruiz, con residencia en Sevilla, predica el Quinario del Santo Crucifijo de la Salud. Los devotos de Nuestro Padre Jesús de los Trabajos reciben la fecha del triduo en su honor: 9, 10 y 11 de marzo. La iglesia de la Victoria acoge con los brazos abiertos a quien será su predicador Agustín Palacios, sacerdote jesuita. La ilustración musical correrá a cargo de la Schola Cantorum Carmelitana dirigida por el profesor Francisco Navarro. Este 2 de marzo los cofrades de la Soledad asisten al segundo día del solemne triduo que cuenta con predicación del carmelita calzado Hilarión Sánchez Carracedo. José Soto Domecq, secretario de la Hermandad del Calvario, ruega a sus hermanos asistan a la Junta General que ha de celebrarse en la capilla el domingo 5 para tratar las procesiones de la próxima Semana Santa.

Pero la noticia del día, la que copaba todos los teletipos además del país, la que crepitaba de júbilo en las radios de cretona, no se circunscribió aquel 2 de marzo al ámbito local. Sino a la generalidad de la Iglesia Universal. ¡Habemus papam! La información germinó a las cinco y media de la tarde en la Ciudad del Vaticano. Columna de humo que, desde la capilla Sixtina, verticalizó la buena nueva. ¡Ya había sido elegido el nuevo pontífice! ¡El cardenal monseñor Eugenio Pacelli! Adoptó el nombre de Pío XII. El nuevo papa cumplía precisamente 76 años. Nació en Roma el 2 de marzo de 1873. El cónclave celebró tres escrutinios: dos durante la mañana y uno caída la tarde. A las seis y veinte Pío XII aparecería ante la imponente masa congregada en la plaza de San Pedro. Terciario de la Orden Dominicana, fue secretario de Estado del último pontífice Pío XI, así como desempeñó la Nunciatura de Múnich e intervino como máximo colaborador en aras de la firma del Concordato de Naviera de 1924.

Nos situamos ahora a la altura de la calle Caracuel número 7: la noche entra de puntillas en la redacción del periódico de la ciudad. La práctica totalidad de los redactores ya abandonaron su densidad de cigarrillos humeantes y conversaciones ponderadas por el alcance de la actualidad. Predomina ahora un silencio de ecos cuya argamasa verbal destila jerezanía. Apenas un redactor, a fuer de escritor, toma asiento y encorva el espaldar sobre la máquina de escribir: las sombras esclarecen la prosa. Y principia una pieza periodística de suma categoría: “Se han abierto las herradas puertas del cónclave. Por todos los ámbitos de la cristiandad, en anunciación gloriosa y augusta, ha cundido la noticia de la elección del nuevo pontífice de la Iglesia de Cristo. La silla de san Pedro ya tiene sucesor… El Espíritu Santo, que ha inspirado al cónclave de cardenales, ha dado, con el advenimiento de Pío XII, un pastor que sabrá llevar con mano segura y paternal la nave de la Iglesia Universal”.

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