Jerez: conversaciones de sobremesa

Acto de entrega de los premios de la Real Academia de San Dionisio. 
Acto de entrega de los premios de la Real Academia de San Dionisio. 

27 de octubre 2025 - 05:00

Durante la sobremesa de un almuerzo de trabajo surgió la pasada semana una tertulia de veras enriquecedora. Los protagonistas del debate privado estaban igualados -por arriba- según la sazón de la categoría humana. No perdí puntada. La ocasión la pintaba calva. Sin dilación -ni distracción- presté oídos -pese a que aún el azucarado regusto del tocino de cielo latía en el paladar-. Al arrullo siempre del consejo de Antonio Machado: “Para dialogar,/ preguntad, primero;/ después… escuchad”. Sí, he nombrado al autor de los centinelas abiertos: al creador que recibió la aguas del Bautismo en la pila de San Juan de la Palma: vez tras vez reivindico los espacios contiguos y a veces simultáneos del poeta sevillano que, ligero de equipaje, no tuvo empacho en escribir a propósito de la madre de Proserpina. Ni de la pulmonía que -in itinere- mató a don Guido. El arte de la conversación no pierde fuelle. Ni siquiera en el a veces aquelarre idiomático de la Era Digital. ¡Qué riqueza de contenidos fluye de estas mesas redondas oficiosas entre compañeros, siempre instaladas en el contraplano interno de una comida profesional! De seguro -en el matiz figurado- no están pagadas (posiblemente porque en efecto no tienen precio). Brotan por lo común sin premeditación de ninguna clase: parlamentos de puertas adentro -en excelente compañía- cuyo caudal de franqueza y cuya fluidez de honestidad consagran, a los postres, ratos memorables. Es usanza -con cafés y digestivos sobre el tapete- reservada para seres de cercanías -por subvertir el marchamo de Baudelaire-.

La conversación eleva el castellano y enriquece el valor comunicacional de la experiencia. Mal que le pese a quien -sparring de la mala fe- barniza de grosería las aristas de la murmuración: esto es: cicuta, de tóxico hollín, que sólo pretende -por lo común en balde- desdibujar la armonía entre iguales. Es archisabido que el murmurador no conversa sino parla: dispara por control remoto: jamás de tú a tú ni frente a frente. En las charlas de gente de bien nunca saltan a la palestra las corrosivas críticas a terceros. Porque la mediocridad y la chabacanería no suman códigos éticos. Bien vale un tesoro -jamás desenterrado al abordaje de piratas filibusteros- estos diálogos tan plácidos y reveladores cuando, a pitón pasado del disfrute gastronómico y todavía instalados en el redondel de la mesa y el mantel, ya comenzamos el diario proceso que jamás juega circularmente a los madroños: la digestión. Nace además el surtidor del coloquio: las teorías, las confidencias, las tesis, las anécdotas en un clima de irreprochable camaradería: valga decir: en contradanza de la lucha de contrarios que por ejemplo imperó en la mesa de los protagonistas de esa joya que no pierde vigencia titulada ‘Doce hombres sin piedad’ -tanto en su versión cinematográfica, televisiva y/o teatral-. Nota bene a colación: tributo siempre eterno para actores de la talla de José Bódalo, Luis Prendes, Ismael Merlo, Fernando Delgado, Pedro Osinaga o Sancho Gracia.

No perdamos jamás ocasión de almorzar con personas sabias y discretas. La situación comporta un género cultural en sí mismo. Baste remitirnos -como prueba un botón- a libros tales ‘Mis almuerzos con gente importante’ de José María Pemán o ‘Mis almuerzos con gente inquietante’ de Manuel Vázquez Montalbán. Este trasvase de información entre leales asimismo puede extrapolarse a otra tipología de encuentros profesionales: los desayunos. El jueves me confiaron dos frases y una anécdota del inolvidable sacerdote don Carlos González García-Mier. La primera: “Por el pecado que mayormente se nos va a juzgar es por el pecado de omisión”. La segunda: “Muchos se dejan el ser cristianos en el perchero de su casa”. Y la anécdota: en cierta ocasión, minutos antes de la celebración de una Santa Misa de nueve de la noche en San Marcos, don Carlos colocó varias pesetas -simétricamente distanciadas- en cada uno de los bancos de la iglesia. En plena celebración de la Eucaristía se dirigió a los feligreses para comentar lo siguiente: “Hoy os habéis encontrado una verdadera fortuna cerca de cada uno de vosotros, ¿verdad? Pues es la misma fortuna que cada domingo yo me encuentro cuando abro la bolsa de la colecta”. Ingenio y eficiencia didáctica de quien se entregó por entero a los más desfavorecidos. Como afirmara no ha mucho Carlos Redondo, “el padre Carlos tenía a Dios dentro”. No quiero rematar el artículo de hoy lunes sin felicitar a la Junta de Gobierno de la Real Academia de San Dionisio por el éxito del acto de entrega de sus premios anuales a destacados referentes de las ciencias, las artes y las letras. ¡Brindemos por ello en este almuerzo periodístico tan íntimo como el Jerez de su propio epígrafe!

Macabro Escape Room
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