Programación Guía de la Feria de Jerez 2024

Jerez íntimo

Marco Antonio Velo

marcoantoniovelo@gmail.com

‘Los raros’, José Manuel Cuenca y el Día del Libro

Américo Castro es glosado en el recomendable libro ‘Semblanzas andaluzas’.

Américo Castro es glosado en el recomendable libro ‘Semblanzas andaluzas’.

Un libro jamás te sale respondón. En todo caso puede tumbarte -y dejarte K.O. en el segundo asalto- por un derechazo de sabiduría en tu pobre quijada. Y es que en un guante de boxeo siempre cabe un racimo de metáforas. Si pretendes batirte en duelo, a las claritas del día, contra la destreza de un libro, entonces date por vencido: siempre tu adversario será más rápido en la detonación de la idea. Nunca uses un libro para encaramarte al poder porque pronto tu intención -subrepticia- quedará en mero flatus vocis. En puro chasquido de gaseosa. Si mantienes un vis a vis -una dialéctica silente pero no sorda- con el interior de un libro, enseguida descubrirás que tu aportación es menos generosa que la otra parte contratante. No todos los lectores compulsivos poseemos a tiro de piedra una piscina donde lanzar a discreción los libros de infausta lectura (como así obraba Paco Umbral -aquel dandy revestido de Pierre Cardin-, cuando entonces, en el jardín de su chalet ‘La Dacha’ de Majadahonda). Nosotros nos conformaremos con abandonar la obra -¿fallida?-en los estantes menos accesibles de nuestra aún creciente biblioteca personal. Un libro, a medida que sumamos años y refinamos las capacidades electivas, ya no constituirá ninguna apuesta sorpresiva a cara o cruz -ninguna moneda lanzada al aire, ningún dardo haciendo equilibrio en la cuerda floja- sino todo lo contrario: un objeto de culto según nuestros autores de cabecera.

Todo está en los libros. Así lo cantó Luis Eduardo Aute -aquel pionero en la virtud multidisciplinar del artista total- y así lo demostró por activa y por pasiva el nómada e insurrecto frente al Sistema -¿una copita de humor porque no todo en el monte es orégano?- Fernando Sánchez Dragó -tan enemigo de la democracia de la sopa boba y tan amigo de las Humanidades, por descontado con hache de Homero-. Todo, frou-frou, está en los libros. Y al margen de esta aseveración casi siempre soplan gaitas. Cuando el calendario -que promueve el tiempo a babor- alcanza la fecha del 23 de abril, todo hijo de vecino se hace lenguas -no viperinas- a favor del beneficiador -que diría Camilo José Cela- hábito de leer. Las nuevas tecnologías han impuesto a las bravas el formato digital como alternativa al cultivo del negro sobre blanco. Pero la letra impresa en papel aún no ha perdido vigencia: el fetichismo de los lectores de postín no presenta fecha de caducidad y sí por el contrario solución de continuidad. Per (omnia) saecula saeculorum.

Aunque los libros queden abandonados en cualquier insalubre rincón del diablo mundo, “jamás le faltará junto al polvo la voz”, como así reza el verso de Rilke. Permítanme recomendarles -dada que la ocasión la pinta calva- dos libros cuanto menos de contenido libérrimo y notable prosa. De un lado ‘Semblanzas andaluzas. Galería de retratos’ de José Manuel Cuenca Toribio. Se trata de una galería de semblanzas de andaluces que sellaron una pasión de compromiso y amor por su bendito suelo -y entresuelo y subsuelo-verdiblanco. Ciento treinta semblanzas para ciento treinta personalidades -hoy tan desconocidas para el público joven- como Alfonso Lasso de la Vega, Manuel Ballesteros Gaibrois, Víctor Escribano Ucelay, Américo Castro, Hipólito Sancho de Sopranis o Leopoldo Torres Balbás.

El segundo libro que me permito la licencia de sacar a flote -como el sombrero del ahogado en la película ‘Epílogo’ de Gonzalo Suárez- lleva por título ‘Los raros’ y responde a la autoría de Rubén Darío. Escritura de altura como un rascacielos elevado sobre el cemento de la corrección idiomática. Aquí se profesa adhesión a la estética de la belleza literaria. Al socaire del pleno desarrollo del simbolismo. Glosas dedicadas a autores de la talla de Edgar Alan Poe, Leconte de Lisle, Paul Verlaine, Ibsen, Eugenio de Castro… En una de sus afirmaciones Rubén Darío parece adjetivar la definición por antonomasia de cualquier libro: “La fantasía despliega sus juegos de colores, sus irisados abanicos”. El Día Internacional de Libro no cesa en su empeño de inculcarnos la quimera de la fantasía, la infinitud de los juegos y el efecto multiplicador de los colores. Al pie de la letra.

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