La esquina
José Aguilar
Yolanda no se va, se queda
Tratamos en nuestro artículo anterior de la necesidad de que Jerez vuelva a ser el jardín que fue en el siglo XIX.
Se trata, creemos, de un objetivo primordial para la ciudad, porque lo es para su clima. Y es que, como explican los ecólogos, los árboles y las plantas elevan los niveles de la humedad ambiental mediante la evapotranspiración, esto es, la eliminación a través de sus hojas del vapor de agua. Si unimos a esto la obviedad de que esas mismas hojas tamizan la luz del sol y por tanto el calor que irradia, no resulta extraño que, en verano, la temperatura del suelo en aquellas zonas protegidas del sol por la sombra de los árboles pueda bajar hasta 20º C, como que el aire adquiera un frescor que oscila entre los tres y los cinco grados centígrados.
Generalmente, cuando se habla de vegetación, el pensamiento se orienta hacia el suelo, allí donde hunden sus raíces árboles y plantas. JEREZ DE LOS JARDINES, sin embargo, dirige su primera mirada también a las azoteas, a la cima de las calles.
Para las civilizaciones antiguas, el techo de un edificio no solo cumplía la función de proteger a sus moradores de los efectos del clima y los elementos adversos, sino que también guardaba un significado trascendente; de ahí que los egipcios decoraran los techos con relieves y pinturas que representaban a sus dioses; los griegos, se fijaran en los suyos y reprodujeran el Olimpo en el que vivían; o los romanos se afanaran en que fueran expresión del inmenso poder de Roma. Idéntico empeño movía a las culturas americanas precolombinas, pues también incas, aztecas y mayas decoraban los techos de pirámides, templos y palacios con esculturas representativas de sus dioses, héroes y reyes poderosos.
JEREZ DE LOS JARDINES considera que la belleza de un techo puede ser representada no solo con la pintura o la escultura, sino también sirviéndose de las plantas. Nos hemos fijado especialmente en la parra riparia, porque su condición de planta de hoja caduca la hace idónea para cumplir este fin, pues en verano sus hojas son un ámbito de sombra; y en invierno, no tamizan el calor del sol, que se filtra limpiamente entre sus ramas.
A todos nos consta, además, que la fuerza de los vientos dominantes en nuestra zona, levante y poniente, no se compadece con los techos de lona que se instalaron hace tiempo sobre las calles, con escaso éxito. Un techo vegetal, sin embargo, se sostiene impasible frente a un vendaval.
En efecto, la parra riparia, tratada convenientemente, resulta idónea para convertirla en techo de nuestras calles, sobre todo de las del casco histórico medieval: no atrae insectos porque no produce fruto y basta instalar un mecanismo elemental para impedir que trepen por ella los roedores.
No hace falta una gran imaginación para comprender que las calles de nuestro casco histórico adquirirían, cubiertas con un techo de hojas, una belleza excepcional. Tendrían como cielo, en primavera, un extenso jardín de verdes decididos, que en otoño ser transformaría en otro de oro viejo. Se convertirían, por tanto,… en un paisaje único en el mundo, con lo que ello supondría de atractivo para aquellos visitantes que buscan, además del arte, la historia y la gastronomía, la peculiaridad estética o el ecologismo cumplido.
…Devolvamos la mirada otra vez al suelo. Creemos que, una vez recuperados los jardines victorianos, lo que procede a continuación es asegurar su mantenimiento a través de socios y voluntarios, y su expansión por medio de la transformación de la multitud de plazas que proliferan en la ciudad en pequeños jardines, de esos que los australianos llaman, con atinada metáfora, <
El mantenimiento se conseguiría mediante una enseñanza especializada transmitida por la propia asociación, bien con la colaboración de institutos de formación profesional o la Universidad, bien con la del ayuntamiento de la ciudad a través de los técnicos municipales de la delegación correspondiente, algunos de ellos expertos reconocidos en jardines victorianos.
Se trata así de considerar al pequeño jardín como un recurso fundamental para el embellecimiento de la ciudad. Como decíamos, Jerez está atestado de plazas y plazuelas que carecen de otros elementos decorativos que unos bancos de hierro forjado, una fuente frecuentemente triste y unos árboles no pocas veces impropios, como ocurre con las palmeras, hermosas pero incapaces de ofrecer sombra cuando el calor aprieta. Frente a esta realidad actual de colores tímidos y sobrios, la asociación pretende espacios luminosos de flores y sombras benéficas: pequeños jardines y hasta calles que se conviertan en sendas de paseo (el camino más corto es el más entretenido o el más hermoso) en las que disfrutar de las sabias ocupaciones de mirar al techo o del no hacer nada, que son dos refinados productos de la civilización.
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