Jerez: Paula, Dragó, Zarzana, Belmonte y un traje de luces en la Amargura

Un instante del funeral de Rafael de Paula en la iglesia de Santiago.
Un instante del funeral de Rafael de Paula en la iglesia de Santiago.

07 de noviembre 2025 - 05:00

El aire de Jerez sopla ahora romo de pitones, como afeitado un centímetro -o dos, o tres- desde la punta de la tristeza que se descuelga en derredor hasta la inclinación del asta de la nostalgia. Todo nos parece revestido de tabaco y oro. Quizá en algún rincón de la caverna platónica encuentre explicación la génesis de la torería de Rafael de Paula. Su capote, a cuyo alcance y a cuya “tauromagia” -por recuperar el término acuñado por Fernando Sánchez Dragó en su no precisamente sintética obra ‘Volapié’- dedicó un romance -como escrito a portagayola de los sentimientos más cabales/raciales- José Luis Zarzana Palma, pertenece, como mínimo, al olimpo de los dioses. A propósito del insigne torero jerezano y de Dragó y de Zarzana permítame el lector -¡nobleza obliga!- dos apuntes. Al respecto del primero -escritor fluvial- un entrecomillado del libro referido (página 55, editorial Espasa Calpe): “Suele reprochársele a ambos -a Curro Romero y a Rafael de Paula- la avaricia con que reparten las migajas de su talento, y es como si le reprocháramos a Cervantes el ‘Quijote’ esgrimiendo la mediocridad de ‘La Galatea’ o del ‘Viaje del Parnaso’. Ya lo dije hace unos artículos: importa sólo la calidad y váyase noramala la cantidad”.

En cuanto a Zarzana me tomo la libertad de volcar sobre el papel prensa cuanto el compañero de corporación me contó el pasado martes en la sede de la Real Academia de San Dionisio. Nuestro querido poeta y publicista mantuvo de largo una amistad estrecha y siempre leal y recíproca con Paula. Como un tren de cercanías que asegura el billete de ida y vuelta. Con el afecto asegurado tanto durante el recorrido como en el final de cada trayecto. José Luis confiesa que el del barrio de Santiago siempre se mostró con él “muy cariñoso y además muy generoso”. Como prueba un botón: siendo hermano mayor de la Hermandad de la Amargura le propuso la posibilidad de la donación de un traje de luces para su conservación en la sala capitular de esta clásica cofradía del Miércoles Santo. Paula, ni corto ni perezoso, y sin pensárselo dos veces ni encomendarse ni a Dios ni al diablo, asintió ipso facto. Pero no contento con eso, esto es: con satisfacer la petición de su amigo, donó -nada más y nada menos- que el traje de su alternativa en Madrid (léase: 28 de mayo de 1974 en la plaza de toros de Las Ventas, ejerciendo de padrino José Luis Galloso y de testigo Julio Robles)-. Este traje de luces lo guardan y exponen los cofrades de la calle Medina como oro en paño. Suban a la primera planta de su Casa de Hermandad, allá por las medianías de la antaño denominada calle Colón, y podrán apreciar la belleza de esta pieza que hoy además acrecienta y multiplica por mil -o por cientos de miles- no su valoración en euros -habida cuenta ni ahora ni antes tuvo precio- sino como enseña patrimonial y sentimental de un jerezano de leyenda que antes de fallecer ya era torero de culto.

Acabo de percatarme que la prosa se ha desmandado a su libre arbitrio. Cuanto hasta ahora he escrito en este ‘Jerez íntimo’ formaba parte germinal de un introito de apenas dos frases. Tres, a lo sumo. Pero el tecleo ha bailado a ritmo caprichoso. Sin términos medios -en cuanto a la expansión del hilo del pensamiento-, como así señalan los expertos en la materia que ha de ser la Tauromaquia, “donde hay que ir a por todas o no ir a por ninguna”. Que son dos actitudes bien diferentes. No es lo mismo, canta Alejandro Sanz. Como así decía el propio Rafael de Paula de la aportación de Belmonte al toreo: “Lo más importante que trajo Belmonte al toreo fue el temple. Y también el torear despacio. Pero, no nos equivoquemos y no confundamos, no es lo mismo el temple que el torear despacio”. Así como, años más tarde, aseguró que “no todo el que hace una genialidad es exactamente un genio”. Y olé. ¿Cuánto de metafísico empuñando el bastón maduro de la inspiración o de Seneca con sastre en Sevilla o de Fausto cubriéndose con gorra campera tuvo don Rafael Soto Moreno? La respuesta sólo descansa en las estribaciones de los duendes arrebatados. O en el significante del valor -del valor humano (le prometió a su padre, cuando estaba agonizando, que nunca más iba a tener miedo)- capaz de aproximarse a la longitud del abismo. O en el desgarro de una ovación antigua. O en el éxito y a la elegancia -que es “una cosa de las cosas”- con latidos de bronce y compás por bulerías. O en la historia de quien -calzando manoletinas- supo revolucionar el redondel de la existencia -con esa música callada que escribiera Bergamín- para ponerse el mundo por montera.

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