
Por montera
Mariló Montero
¿Ábalos en el Congreso?
Elegía prosaica desde 'Estoril'/Hoy, justamente, hace dos meses de tu inesperada e increíble partida y no sabes cómo duele tu ausencia, querido hermano, en este extraño Domingo de Ramos de azules y blancos que perfilan nuestras almas cofradieras. Escribir de ti, de tu grandeza como persona y de tu importancia indiscutible en Porvera 21 como cofrade abnegado, no creas que ha sido fácil. Se me anegan los ojos demasiado pronto cuando torpemente trato de enjaretar dos ideas sobre tu vida. Aún no he conseguido asimilar que no volveré a fundirme contigo en un sincero abrazo, y -pese a la certeza y esperanza cristianas de que a buen seguro estarás en el Paraíso- el negro duelo aún no deja paso a una resignación dulce y consoladora, que ruego a diario a ‘La Virgen’.
Solo los recuerdos de lo vivido y disfrutado junto a ti en todos estos años son el bálsamo que calma y alivia este cruel desgarro en el corazón. Echo la vista atrás y me veo -a mediados de la década de los ochenta, recién cumplidos los catorce años-, empezando a vivir el día a día de nuestra ‘Borriquita’ junto a gente como tú que atesoraba ya un extraordinario bagaje en la entonces junta de gobierno que presidía Antonio Morales. Nunca te preocupó ni molestó que un jovencito como yo te diera su punto de vista. Al contrario, siempre fuiste para mí y para toda nuestra generación cofradiera un ‘puerto seguro’ donde poder apoyarnos para introducir novedades, mejoras en los procesos de nuestra cofradía. Fuiste consejero, mentor y cómplice en tantas y tantas cosas…
Además, contigo era una delicia ‘proyectar’. Siempre un dibujo, un plano, unas notas manuscritas para ilustrar y apoyar las ideas: las estructuras para el altar de los cultos, el mecanismo de la palmera o la máquina para mover las imágenes están entre muchos de tus logros. Si la oficina de la Cámara Agraria pudiera hablar... ¡Cuántas horas dedicadas a tu Hermandad! ¡Cuántos desvelos tantos y tantos años! Siempre metódico, meticuloso y perfeccionista…
Como cuando editamos esos primeros estatutos que primorosamente encuadernábamos en papel de terciopelo azul para regalarlos a nuestros mayores, y que sirvieron de claro antecedente a la edición oficial que se hiciera posteriormente con tu querido Andrés Cabral, al que ahora también recuerdo con gran cariño.
O cuando Miguel Pérez Carrillo, presidiendo la cofradía en el año ochenta y nueve, confió en que hiciéramos un nuevo horario sincronizado. Y la gente se reía de nosotros -¿te acuerdas?-, porque íbamos por la calle contando los pasos del recorrido procesional. Aquel trabajo de entonces, aún hoy sigue dando sus frutos. O los primeros relevos en el misterio, haciendo y repasando las planillas para echarle una mano al bueno de Florián Utrera que siempre confiaba ciegamente en tu buen criterio.
Y qué decir de uno de los ‘proyectos’ del que estabas más orgulloso: el coro de tus ‘camioneras’, como cariñosamente tú las llamabas. Cuántos buenos ratos con Andrés Rivero y Luis Prieto tocando la guitarra y componiendo para las misas de los sábados a las que nunca faltabas.
Con el cambio generacional operado en nuestra Hermandad, quizás mucho de los que están en el gobierno de la misma igual ni saben todas estas cosas; pero yo, ahora y en este Domingo de Ramos de tu partida, me siento en la obligación moral de recordarlo y con ello reivindicarte; porque sé que tú nunca lo hiciste ni lo harías, haciendo gala de tu habitual discreción y callada prudencia. Tu papel de ‘secundario’, sin querer foco, micro o cámara -como me decías en una de nuestras últimas conversaciones- siempre casó muy bien conmigo, porque a los dos siempre nos gustó trabajar los temas en la ‘cocina’. Y me recordabas en un ejercicio de honestidad y verdadero compromiso institucional: «Los cargos, ni se buscan ni se eluden…ya sabes».
Es cierto que para entonces ya se había apoderado de ti, lo que yo vine a denominar como el «pesimismo moleriano», y que a ti tanta gracia te hacía. Habías pasado once años en ‘Estoril’ y te habías vuelto muy escéptico con las hermandades en general y con la nuestra en particular, y me decías que ya vivías desde la distancia todo lo que tenía que ver con la hermandad, desde el desinterés y la apatía. Ya no te merecía la pena complicarte la vida con berrenchines. Te habías entregado en cuerpo y alma y al final, te sentías ‘un extraño en casa’. Y hacías tuyas las palabras del recordado párroco de San Dionisio, don Luis Bellido: «No hay institución más desagradecida que una cofradía».
Ahora, en este entristecido Domingo de Ramos echo la vista atrás y te veo de Fiscal eterno del paso de Cristo Rey, dulcemente agobiado, con esa media sonrisa tan característica tuya, agarrándote el cuello de la camisa diciéndome: «Juaito, ya está ahí la banda. Ofú, opaíto».
Y hago mías las palabras del ‘Segurita’ -como tú lo llamabas- en tu funeral: «Ojalá nos recuerden como a Fernando». Mi querido Fernando, mi buen hermano y amigo. Yo sí te recordaré siempre porque te llevo y llevaré prendido en los vuelos de mi capa y alma cofradieras.
PD.: Fui, como me pediste, a ver a La Estrella. Recuerdos desde Estoril.
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