Desde la Castellana

Alejandro Daroca

La liberación de la mujer

11 de abril 2014 - 01:00

CUANDO nuestros hijos y nietos lean los futuros libros de Historia podrán apreciar como uno de los movimientos sociales más importantes del siglo XX, a nivel mundial, fue la incorporación de la mujer a la vida laboral de forma masiva. ¿Antes no existían? Sí, claro que sí, pero en la mayor parte del mundo -aún hay regiones y países donde es así- las mujeres del XIX llevaban la casa y los hogares, realizaban tareas domésticas y educacionales y ayudaban a la tareas agrícolas y del campo. Dicho de otra manera, no tenían personalidad propia ni su presencia imprimía carácter. Poco a poco llegó la formación, la incorporación a las tareas laborales y profesionales fuera del hogar, la presencia en los organismos de decisión -en el trabajo, en las empresas o en el propio hogar- y sobre todo, llegó la independencia económica que era, en definitiva, el yugo que las sometía a la disciplina del poder omnipresente del marido en la vida familiar.

Todo dicho con relatividad. Porque es evidente que por encima de esas circunstancias objetivas, las relaciones de pareja, las relaciones en el hogar, las decisiones familiares se tomaban en función de la personalidad de los cónyuges y de los pactos de entendimiento subyacentes entre ellos. Siempre hubo mujeres que sin formación y sin recursos económicos, "mandaban", sobre todo en los casos en que su sentido común era prioritario en cualquier tipo de decisiones. Pero a lo largo del siglo pasado, y sobre todo en España, la incorporación de la mujer al mundo de las decisiones fue más evidente. Los niveles de formación y la independencia económica hicieron posible que la mujer tomara las riendas de su vida e hiciera frente al omnipresente poder del cónyuge, por mal que los varones no tuvieran la educación necesaria para afrontar este bipartidismo en las responsabilidades de la vida.

Esta incorporación de la mujer al mundo de las decisiones, que no es mas que la puesta en práctica de la libertad de cada cual, ha sido mal afrontada por los hombres que, muy poco a poco, han sabido entender que la vida estaba dando un cambio singular y los "roles" a representar estaban cambiando de forma acelerada. En este cambio muchos han quedado atrás y otros muchos no son capaces, aún hoy en día, de aceptar que "la parienta" tiene criterio propio, personalidad definida y puntos de vista distintos a los que hasta hoy han predominado en el hogar. De ahí multitud de discrepancias, discusiones y faltas de entendimiento. Todavía hoy apreciamos como en los centros escolares existen diferencias educacionales entre los niños y las niñas, por mucho que estas sean mejores estudiantes y saquen mejores rendimientos, en general.

Esa "pérdida de poder" no se ha asumido tan fácilmente. Seguramente los anglosajones tengan otra educación, otra forma de compartir la igualdad entre géneros y otra manera de establecer la convivencia. Y muchas veces nos sorprendemos de determinadas anécdotas que nos cuentan. Pero en los países mediterráneos, muchos de nosotros descendientes de una dominación árabe que hasta no hace tanto tiempo que implantaron y dominaron nuestra cultura, quedan reflejos de un falso dominio y de unas relaciones entre géneros que acaba desembocando en el enfrentamiento y, lamentablemente, en la violencia.

Son demasiadas muertes, demasiados casos de violencia de género que la sociedad tiene que erradicar de forma absoluta. La educación escolar, infantil y la del hogar deben tener un papel preponderante no sólo en la enseñanza de lo que es la igualdad, sino sobre todo en aceptar la discrepancia. Porque todavía se escucha algún comentario "machista" que trata de justificar la atrocidad: "algo le habría hecho".

darocabruno@gmail.com

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