Si Manuel Machado tuvo su mal poema, Pedro Sánchez tiene ahora su "mal dato" -así lo calificó el miércoles en el Parlamento-, ese casi 10% de inflación (alias subida de precios) que nos coloca, según los especialistas, al borde del abismo económico.

Con un Gobierno claramente agotado y dividido hasta la caricatura, España va a tener que afrontar una complicada coyuntura cuyos efectos pueden ser devastadores no sólo en lo económico, sino también en lo político y social. La Historia nos da sobrados ejemplos de que la inflación puede ser un asesino silencioso, como la hipertensión para el cuerpo humano. El ejemplo más mencionado es el de la convulsa República de Weimar, entre 1921 y 1923, prólogo para muchos del nacionalsocialismo, aunque el partido pardo no alcanzaría el poder hasta diez años después. Es por esto que los economistas y gestores alemanes, aún hoy en día, mantienen un miedo atávico a la inflación, a la que consideran, más que un "mal dato", una especie de heraldo del Apocalipsis. Empiezan subiendo las berenjenas y alguien termina invadiendo Polonia.

Podríamos hablar también de la famosa Revolución de los precios acontecida en España en el XVI. Este proceso de hiperinflación se debió al desembarco en el puerto de Sevilla de cantidades ingentes de metales preciosos americanos y fue descrito, ya en el Siglo de Oro, por Martín de Azpilcueta, miembro de la Escuela de Salamanca, aunque la gloria se la llevó el historiador norteamericano Earl J. Hamilton. La Revolución de los precios supuso, entre otras muchas cosas, la pérdida de competitividad y la ruina del boyante sector lanero castellano.

Pero no tenemos que viajar tan lejos en el tiempo. Muchos de los hombres que recorren aún el mundo han vivido, aunque sea de niños, la famosa y muy mencionada Crisis del petróleo, que depauperó considerablemente a las clases medias y populares y amenazó con hacer naufragar la Transición a la democracia. Curiosamente, entonces también se mezclaron las cuestiones de la inflación y el Sahara, lo que nos hace sospechar que el amigable vecino del sur siempre está pendiente del estado de nuestros precios y del coraje de nuestros gobernantes. Aquello, ya se sabe, se solucionó con los Pactos de la Moncloa, uno de los pilares del relato fundador de la Transición que garantizó la paz social en tan complicados momentos. Es decir, hay una vía genuinamente española de superación del "mal dato" y la crisis que viene, un camino que nos aleja de Weimar. ¿Sabrán tomarla nuestros políticos? He ahí la cuestión.

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