Francisco Antonio García Romero

Un manual para candidatos

tribuna libre

11 de octubre 2011 - 01:00

Comitiva ad portas: las elecciones ya están aquí, como Aníbal (o 'Hánnibal') a las puertas de Roma. Esperemos, eso sí, que la situación no sea tan agobiante ni tan peligrosa, aunque nadie debe dormirse ni en los laureles ni en las delicias de Capua. Pero el tema que quiero tocar no es propiamente este, sino, como siempre, algo que nos retrotrae a los clásicos, nuestros fundadores y maestros.

Resulta que se nos ha transmitido una obrita latina de los tiempos de Cicerón que no es más (ni menos) que un manual de recomendaciones y advertencias a los candidatos a la magistratura más importante de entonces, el consulado de Roma, prima urbes inter (como la calificó el poeta Ausonio). Su escritor (superados ya antiguos problemas sobre la autoría) es, en efecto, Cicerón, pero no el famoso Marco Tulio, sino su hermano Quinto Tulio. El bueno y, en general, desconocido Quinto fue también literato y militar valiente a las órdenes de César en los combates contra los pueblos belgas (basta con leer la Guerra de las Galias) y nos sale al paso frecuentemente en la correspondencia de su ilustre hermano. Y su final fue tan triste y cruel como el de este: ¡cosas de Roma!

Pero a lo que vamos. Aparte del texto latino, poseo la elegante traducción española, que les recomiendo, de Alejandra de Riquer publicada por la editorial Acantilado (Barcelona, 2003): Breviario de campaña electoral (Commentariolum petitionis). Su contenido no tiene desperdicio y resalta por su modernidad y fácil aplicación a nuestro momento y, en realidad, a cualquier otro. Ya se sabe, desde Tucídides por lo menos, que la naturaleza humana cambia poco, si algo. Y ese invento griego de la democracia (cuyas características en la antigüedad serían hoy, desde luego, muy 'antidemocráticas') fue practicado durante siglos por la república romana y después por todos los demás, sin demasiados retoques sustanciales (entiéndanse bien mis palabras).

Quinto le dedica estas páginas a su hermano mayor, que aspiraba a ser cónsul en el 64 a. C. Era, pues, uno de los candidatos (otro de los cuales era el denostado Catilina), que se llamaban así porque se vestían de blanco (candidus en latín) con 'toga candida'. Leemos en la contraportada de la obra que acabo de citar: "Quinto se entretuvo en describirle de qué argucias debía servirse para poderse ganar el fervor de los votantes". Y le aconseja, por ejemplo: "Considera qué ciudad es ésta, a qué aspiras, quién eres"; y le recuerda: Roma est, o sea Esto es Roma (algo parecido al Spain is different de no hace tanto); y sigue: "Roma, una ciudad constituida por el concurso de los pueblos, en la que abunda la traición, el engaño y todo tipo de vicios" (lo que ratificaría ya en época imperial el gran Tácito). ¡Ahí es nada!

Es difícil, por lo abundante, espigar las curiosas y muy actuales enseñanzas que nos ofrece, pero apuntaré algunas:

- "Una candidatura a un cargo público debe centrarse en el logro de dos objetivos: obtener la adhesión de los amigos y el favor popular" (la manera de hacerlo viene a continuación).

- Tres cosas que mueven a los hombres a dar su apoyo: "los beneficios, las expectativas y la simpatía sincera".

- Hay que cuidar a algunos que son "influyentes en sus barrios y municipios".

- "Estudia los motivos y las peculiaridades de tus detractores y enemigos".

- El pueblo "desea que el candidato lo conozca por su nombre, lo halague, sea generoso y ofrezca una buena imagen en su actividad pública".

- "Aquello de lo que no seas capaz, niégate a hacerlo amablemente o no te niegues".

- "Las promesas quedan en el aire, las negativas te granjean muchas enemistades".

- "Por último, procura que toda tu campaña sea brillante, espléndida, popular (…), que se levanten contra tus rivales los rumores de crímenes, desenfrenos y sobornos".

No somos nadie. En fin, Cicerón logró el puesto, quizá gracias a los consejos fraternales. Pues que nuestros candidatos, de blanco o de otro color, tengan todo esto presente y que quienes resulten vencedores sean justos y benéficos (como debían serlo los españoles, según la constitución gaditana de 1812). No vaya a ser (y el caso es frecuente) que haya que decirles lo de Maharbal a su hermano Aníbal, según cuenta Tito Livio: "Sabes vencer Aníbal, pero no sabes aprovechar la victoria".

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