Marco Antonio Velo
Jerez: mis conversaciones con Francisco Holgado Ruiz (y III)
El lanzador de cuchillos
Es detestable la máxima que dice que en materia de gobierno la mayoría de un pueblo tiene derecho a todo, aunque ciertamente el origen de todos los poderes está en la voluntad de la mayoría. Existe una ley general que ha sido hecha, o al menos adoptada, no sólo por la mayoría de tal o cual pueblo, sino por la mayor parte de los hombres. Esa ley es la justicia. La justicia, pues, establece unos límites a los derechos de cada pueblo.
Una nación es como un jurado encargado de representar a la sociedad universal y de aplicar la justicia. El jurado, que representa a la sociedad, ¿debe tener más poder que la misma sociedad, cuyas leyes aplica? Cuando rehúso obedecer una ley injusta, no niego en absoluto a la mayoría el derecho a mandar. Hay gentes que osan decir que un pueblo, cuando defiende sus intereses, no puede obrar fuera de los límites de la justicia y de la razón, por lo que no se debe temer dar todo el poder a la mayoría que lo representa. Pero ese es un lenguaje de esclavos. ¿Qué es una mayoría, tomada colectivamente, sino un individuo que tiene sus propias opiniones y, a menudo, intereses contrarios a otro individuo que es la minoría? Pues si se admite que un hombre dotado de todos los poderes puede abusar de ellos, ¿cómo no admitir que una mayoría puede hacer lo mismo? ¿Es que los hombres, al reunirse, cambian de carácter? ¿Por ser más fuertes se hacen más pacientes ante los obstáculos? No lo creo; por eso, el poder de hacerlo todo, que niego a mis semejantes, no se lo otorgaría nunca a muchos.
Pienso que hay que colocar siempre en algún sitio un poder social superior a todos los demás, pero veo a la libertad en peligro cuando ese poder no encuentra ningún obstáculo que pueda frenar su marcha y darle tiempo para moderarse por sí mismo. Ser todopoderoso me parece una cosa mala y peligrosa. No hay en la tierra una autoridad tan respetable por sí misma como para que yo quiera verla actuar sin control y dominar sin barreras. Cuando veo conceder el derecho y la facultad de hacerlo todo a un poder cualquiera, sea el del pueblo o el del rey, democrático o aristocrático, ejercido en la monarquía o en la república, me digo: ahí está el germen de la tiranía; y procuro ir a vivir bajo otras leyes. Palabra de Tocqueville.
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