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Marco Antonio Velo
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OCURRIÓ hace 1303 años y sus secuelas sentimentales aún perduran en la progresía pro morisca, generalmente mal informada. El popular moro Muza era el gobernador del norte de África cuando llegó a sus oídos la inestabilidad de Hispania por las discordias de la nobleza hispanogoda, a la que permanecían indiferentes los romanos hispanos, población abrumadoramente mayoritaria de la Península. Mandó a su general Tarik, judío converso al islamismo, con unos seis mil -parecen muchos- aventureros de diferentes tribus beréberes, más o menos cristianizados e islamizados, con el pretexto de intervenir a favor de uno de los bandos godos. Se cree que cruzó el Estrecho el 27 o el 28 de abril. Cualquiera de las dos fechas vale para instituir el Día de la Destrucción de España, pues retrasó nuestro destino en la formación de la gran civilización europea.
Al ver la oportunidad de ganar tierras por derecho de conquista, y envidioso Muza del éxito de su subordinado en el Guadalete, vino con refuerzos e intentó silenciar la victoria de Tarik. Como no pudo, se alió con él para conquistar Hispania y rapiñar: se repartieron riquezas que correspondían al fisco. Sabido en Damasco, fueron llamados a la corte, procesados y castigados. Poca pena por habernos quitado el papel preponderante que nos correspondía en la Cristiandad y que aprovechó para sí Carlomagno. La pérdida de España se consumó con la indiferencia de los hispanos que aún se daban a sí mismos el nombre de romanos, a quienes una clase dirigente goda o sarracena les daba un poco igual, después de todo pensaban que los moros no eran sino sectarios de otra herejía cristiana.
El moro Muza pasó a ser personaje popular para designar a alguien imaginario de importancia en frases de incredulidad (¡Cuéntaselo al moro Muza!), de negación (Aunque lo mande el moro Muza), o de rechazo (Ni por el tesoro del moro Muza). Este nefasto personaje histórico, precedente de los que se enriquecen aprovechándose de un cargo, dio pie a la leyenda de los tesoros escondidos por los moros, porque se decía que no pudiéndose llevar todo lo que había robado cuando fue llamado a Damasco, enterró grandes riquezas de templos cristianos y de la corte visigoda de Toledo en diversos lugares, entre ellos en una cueva de Montserrat. Por esta leyenda a los niños catalanes se les asustaba con el moro Muza. No es para menos. A pesar del tiempo transcurrido, la llegada a la culta Hispania de tribus bárbaras mal islamizadas fue una catástrofe.
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