Jerez: ha muerto Paquita Romero

Jerez Íntimo

Paquita Romero Roldán junto a su marido Pedro Simón Rodríguez Martínez.
Paquita Romero Roldán junto a su marido Pedro Simón Rodríguez Martínez.

21 de mayo 2025 - 06:59

¿A dónde irán a parar -a qué gravitación sin espacio- los besos que nunca dimos? ¿Pero… y aquellos que sí dedicamos como muestra inefable de afecto, cuando no enteramente como confesión abierta del Amor -ese sintagma inclasificable- escrito con inicial letra mayúscula? Los besos que recibimos jamás olvidan a sus autores. Ya lo ratificó san Juan Pablo II: “El hombre no puede vivir sin amor”. A partir de nuestro nacimiento la vida adopta título de novela resonante de José Luis San Pedro: ‘El río que nos lleva’. Y bienaventurado será quien, como el personaje Shannon de estas páginas que proponen el amor y el humor como reto ante el dolor y la muerte, pronto comienzan “a pensar, sin palabras, en Dios”. Así como la niña Francisca Romero Roldán, que vino al mundo el 18 de julio de 1935. Educada siempre en valores, fue como una ninfa del ensueño de los arcángeles que nada sojuzgan porque habitan más allá de lo puramente visible y más acá de lo meramente sensible. Paquita, ya de chiquilla y más aún de adolescente, siempre conseguía atenuar cualquier salida de tono que apreciara en derredor. Por su exquisitez de formas -y su carácter valiente-.

Andando los años encontró su media naranja en el destacado cofrade de la ciudad y reconocido hombre de González Byass: Pedro Simón Rodríguez Martínez, todo un cofrade de los pies a la cabeza que perteneció largos y fecundos años a las Hermandades de la Amargura y Nuestra Señora de Loreto. Pedro Simón formaba parte del más elegante paisaje urbano de la ciudad de los años setenta, ochenta y noventa. Un sabio de los quehaceres de los secretarios de cofradías a la antigua usanza. Pedro Simón y Paquita decidieron pronto unirse en matrimonio. Y fue entonces cuando rebrotan, como así la Esperanza de todo acto de Fe, aquellas palabras de Pío XII a los recién casados: “Pero esto no debe haceros olvidar que hasta en los momentos más duros, que pudiera reservaros el porvenir, no os faltarán consuelos”. Paquita se entregó en cuerpo y alma a su Iglesia doméstica. El seno familiar es un universo y, en el suyo, Paquita ejercicio siempre como el título libresco de la mexicana Sabina Berman: ‘La mujer que buceó dentro del corazón del mundo’. Ésa era su libertad y su diferencia.

Enseguida llegaron los hijos: Pedro, Antonio Luis y Daniel. Junto a la falda de la madre… todo miedo se difuminaba alrededor de los críos. Francisca y Pedro educaron a sus hijos en el amor. El amor a Dios y el amor entre hermanos. El matrimonio siempre actuó en función de las respuestas que suceden a un doble planteamiento: qué razones presenta Dios para que le amemos y qué ganamos nosotros con amarle. Esta premisa me conduce al ‘Tratado sobre el amor de Dios’ y, consustancialmente, a la ejemplaridad de san Bernardo de Claraval. El amor a Dios es la fuente de cualquier otro amor y, por ende, halla su recompensa en aquello que ama e incontestablemente es insaciable. En ello se mostró persistente. Jamás enfatizó Paquita el valor del azar. La humildad y la atención por el prójimo siempre en ristre. Si bien hay quienes por norma se alistan en el talante inquisidor de lo cotidiano, Paquita era en este sentido la antítesis de toda acumulación de autosuficiencia.

Paquita, puro empaque, abría de continuo su interioridad. Novalis presintió que el mundo de adentro es la ruta inevitable para llegar verdaderamente al mundo exterior y así descubrir que los dos son uno sólo cuando la alquimia de ese viaje dé un ser nuevo… En los lances del paso y el peso de los años Paquita fraguó la consistencia emocional de un hogar sito en la calle Doctrina número 7. Con resonancias de Guitarrón de los años 70 y vecindad del inolvidable Manuel Rodríguez Porrúa, tan taurino de hechuras, tan romano de físico, tan de la Hermandad de la Coronación y tan de innúmeras cofradías con roja sangre de Jesús del Prendimiento y blanca penitencia de la Hermandad de las Cinco Llagas.

Ayer murió Paquita. Imagino cómo se habrá fundido en un abrazo con su marido. Los niños ya se hicieron adultos. Todos andan en el medio siglo. Tan pronto conocí la noticia pude intercambiar palabras de condolencias con el segundogénito, Antonio Luis, cuya destreza y maestría -con sello personalísimo- en el diseño gráfico siempre me interconecta con una frase de Henry Miller que suelo repetir hasta la saciedad: “La imaginación es la voz del atrevimiento”. Imaginación gasta -y no malgasta- a raudales el bueno de Antonio Luis -compañero y colega de otro artista de relumbrón: el pintor Julio Rodríguez-.

Josh Bazell escribió ‘Burlando la Parca’. Los cristianos no necesitamos regatearla. Esto bien la sabe Quinita, esposa de Fernando Barrera Cuñado -fundador de la Defension- y madre de Fernando Barrera Romero -actual hermano mayor de la imponente cofradía de Capuchinos-, a quien Paquita siempre consideró como una hermana pequeña. Hoy la melancolía no es grisácea, tal ánfora desportillada. Ni triangular, como el punto de inflexión de un escote. Ni multiforme, como la desmañada querencia de lo objetable. Hoy la melancolía tiene nombre de gran señora del barrio de San Pedro. Con su voz dulce y amable, como los ecos finos de esa virtud que todos dimos en llamar con palabra clara y siempre femenina: bondad.

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