Vía Augusta
Alberto Grimaldi
Anatomía de un bostezo
Expliqué mi extrañeza por la dimisión del fiscal Moix a cuenta de un hecho que no era delito ni falta. En varias redes sociales me hicieron notar mis amables lectores que "la mujer del César no sólo tenía que ser honrada, sino parecerlo". Di un respingo y, mientras aún estaba en el aire, hice el propósito de escribir este artículo.
Me chocó la extraña pervivencia del célebre proverbio a pesar de su tinte machista. Algo poderoso debe de esconder el dicho para que darwinianamente haya esquivado la extinción a la que le abocaba lo genérico correcto. Nótese el parecido de la expresión con la repugnante idea de que la mujer atacada sexualmente tendría que haber llevado más cuidado con su forma de vestir.
Pensaba construir mi argumento a partir de ahí, pero hice un pequeño trabajo de campo. Descubrí que Arcadi Espada, Tsevan Rabtan y Ferrán Caballero, mucho más rápidos que yo -en todos los sentidos-, ya se habían ocupado del dicho, y desde perspectivas más iluminadoras. Caballero remite a la novela La marcha Radetsky, donde se muestra a qué desgraciadas e idiotas consecuencias lleva lo de la mujer del César. Tsevan Rabtan se remonta al origen del proverbio para explicarle a Arcadi Espada que no es, como cree éste, un mecanismo propio de las dictaduras, sino de las democracias.
A Julio César, mucho antes de ser dictador, le convenía librarse de su tercera mujer, Pompeya Sila, para dar un nuevo giro (ascendente) a su carrera política. Probablemente urdió una trampa que cuestionaba su honorabilidad, y, en cualquier caso, se divorció de ella sabiendo que era inocente. Tiró de cinismo y enardeció las ansias justicieras y moralistas de la plebe.
La historia demuestra que el moralismo de la frase es superficial, hipócrita y convenido; y deja en el aire la cuestión de si tal maniobra es propiamente democrática. Depende de qué se entienda por democracia. Si es el campo de juego del juego de espejos de la demagogia, desde luego que la mujer del César viene que ni pintiparada; si la democracia ha de ser la garantía de nuestros derechos y libertades, de ningún modo. Quizá el Estado de Derecho (la presunción de inocencia, el imperio de la ley, la irretroactividad, la prohibición de los tribunales de honor) parezca el compañero más adusto y técnico de la tríada constitucional "Estado social y democrático de Derecho", pero es el que mejor nos defiende, a nosotros y a sus compañeros.
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