La Nacional

13 de julio 2025 - 03:06

La vieja carretera sigue allí y se aparece en el parabrisas de sus escasos visitantes casi espectral, resistiéndose con toda la dignidad que le queda a los desprecios del olvido. Es verdad que ahora parece más frágil la Nacional IV, su asfalto maltratado, y esos campos de alrededor yermos, mustios, perfectamente contagiados de desgana, desahuciados, es cierto, de no ser por los girasoles con traje oro y tabaco que cada pocos kilómetros acuden al rescate de un paisaje acostumbrado a tiempos mejores.

Al principio, tras dejar atrás Sevilla en dirección a Jerez, el camino es una especie de huida, una carrera hacia el punto de fuga de esta ruta antes regada de ventas ruidosas, pan, vino y camas calientes, de excusas desinteresadas para una parada y fonda. O más de una. Cabía una galaxia de buenos ratos entre Las Cabezas y El Cuervo, buenos ratos hasta el remordimiento. De aquello apenas quedan las ruinas del imperio, cuatro paredes a medio caer, un puñado de letreros pringosos y descarrilados, un luminoso atravesado por boquetes y una gasolinera donde Wes Craven podría haber rodado sus más espeluznantes títulos del cine de terror. Los últimos en abandonar este escenario, seducidos por las curvas de una autopista que se había extirpado los peajes, fueron los camioneros, y ahora ni siquiera ellos se dejan llevar por el encanto romántico de la decadencia. Pero es verano, fin de semana, y en la AP4 el suelo tiembla agitado por el éxodo sevillano camino de las playas de Cádiz, así que has decidido coger por la Nacional IV o lo que quede de ella. En poco tiempo te has repuesto de la primera impresión y empiezas a acostumbrarte al tono sepia de las diapositivas que ves desde la ventanilla de tu coche, que avanza recortando la distancia hasta casa sin retenciones, sin camiones en procesión, sin adelantamientos estúpidos, sin estúpidos, casi sin nadie… La travesía se ha convertido en un viaje de placer, desestresado, tranquilo. Recuerdas aquello que dijo Lord Byron -“solo salgo para renovar la necesidad de estar solo”- y no puedes evitar sonreírte.

Muchas veces, y aún más hoy día, lo mejor es tomar el camino por el que no va nadie, salirte del redil, alejar los rebaños y sentir el vértigo por ti mismo, alcanzar el borde del precipicio, asomarte y volver para contarlo, recuperar el control. Hoy es la Nacional, mañana serán otras carreteras. Coge el volante y conduce, no tengas miedo, seguro que merece la pena.

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