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Cuando recibí la llamada de mi amiga Carmen estaba leyendo “El viaje de las bibliotecas” de Antonio Moreno. Un maravilloso recorrido íntimo, poético y reflexivo marcado por las bibliotecas que le han dejado huella. Un viajero que se mira a sí mismo y va deteniéndose, como lo hacemos todos, en libros, lugares y personas. Todo lector, en su propio viaje, debería llevar siempre consigo para engrandecerse un libro de Antonio Moreno. Es un escritor que tiene el poder de revelar la verdad natural de las cosas desde su mirada atenta, luminosa y desprejuiciada (como si lo hiciera a través de esa lupa de su padre de la que nos habla en los prolegómenos del libro). “La mayor parte de mi vida ha transcurrido cerca de una biblioteca”, ni dentro ni fuera, cerca de una biblioteca. Con esta sencilla frase, que es toda una declaración de intenciones, comienza su libro que recomiendo de corazón a todo el mundo.
Fue prodigioso que, estando en esta lectura, me llamara Carmen Gallego para decirme que a la biblioteca de su instituto de Medina Sidonia le van a poner su nombre. Cuál si no, pensé yo enseguida. Ella ha sido profesora, jefa de estudios, directora, mecenas espiritual de los mejores estudiantes del pueblo, reivindicadora de las cosas más elementales y valiosas. Cuando veía que un niño servía para estudiar peleaba con sus padres para que no lo mandaran a trabajar al campo, para que tomaran conciencia de su valía y apostaran por él. Se montaba en el autobús a pasar con sus alumnos los nervios de los exámenes de selectividad y EBAU. No los dejo solos ni muerta, me decía. Ha entregado su vida al desengaño que es la enseñanza y a la grandeza que son sus pequeñas y excepcionales gratificaciones. Íbamos por la calle paseando y se nos acercaba un grupo de jóvenes, de los que recordaba todos los nombres, a besarla como a una imagen santa. Yo le admiraba hasta esa fingida displicencia que a veces mostraba sin convencimiento alguno: qué pesados son.
Sí, las bibliotecas sirven para mirar, parar aburrirse, para estudiar, para enamorarse, para soñar, para estar solos y acompañados a un tiempo, para emular, para mirar el reloj y que el tiempo pase de modo distinto, para que pidas lo que no hay y encuentres lo que no buscas, para aprender a sonreír y a hablar con la mirada, para descubrir fisonomías, para morder el capuchón del boli, para fisgonear, para oler libros. Para detenerse en una página, en un capítulo, en una novela, en una vida. Ah, las bibliotecas sirven para leer, que se me olvidaba. La del instituto de Medina va a servir, además, para hacer justicia.
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