Toda capital que se precie tiene su noria. Archiconocida es la London Eye situada en la ribera sur del río Támesis. Con 135 metros de altura pasa por ser la más alta de Europa. Y, qué decir de la Grande Roue de París, con sus cunas descapotadas que muestran una panorámica única de los Champs-Élysées, el Museo del Louvre o la Torre Eiffel. No menos sofisticada resulta la Wiener Riesenrad de Viena, en cuyas góndolas se puede desayunar o cenar, incluso, celebrar bodas. En Alemania, a falta de una, cuentan con dos soberbias norias: la Hi-Sky en Múnich, y la Gran Rueda construida junto al parque zoológico de Berlín.

Siempre es difícil encajar estas grandes circunferencias en los trazados urbanos. No ya solo por razones de seguridad, sino porque sólo desde una atalaya estratégica es posible disponer de una buena panorámica. Hablando de alcázares y atalayas, los almohades del siglo XII nos enseñan que las mejores panorámicas de la ciudad son desde la Alameda Vieja. Para verla y para defenderla. No, la Plaza del Arenal.

Sobre atracciones, Jerez mostró siempre más predilección por el gusano loco o el tren de los escobazos, que por la noria. Lejanas quedan otras atracciones como el baden o el balansse, que a los jóvenes de ahora deben sonarles más ñoño que un teléfono de los de meter el dedo en la rueda, o en la noria.

Sea como fuere, lo cierto es que Jerez rivaliza ya con las grandes capitales europeas, a las que mira de tú a tú, por tener su propia noria en la plaza principal de la ciudad. El espacio era breve y frondosa la vegetación circundante, pero no contaban con la astucia y el ingenio natural de los promotores que, tras quirúrgica poda, alcanzaron la hazaña.

Aún reconociendo el carácter cosmopolita e internacional de la noria hubiera optado, mejor, por la siempre entrañable cunita de Mariano.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios