
La ciudad y los días
Carlos Colón
Telebasura, telemanipula
Tierra de nadie
Aquí, en tierras sureñas, amigas de la luz y la poesía, de la jara y el romero, y del algarrobo y la tagarnina; hermanas de la sal y la bahía, hijas de la luna y esposas del sol; aquí no sabemos mucho de nubes. Las saludamos cuando llegan y les decimos adiós cuando se van. Entristecen el invierno y aligeran el calor con que nos castiga el levante en los meses más tórridos del verano,
No es sencillo que ellas, las nubes, encuentren fácil acomodo en estas latitudes, aquí se impone el azul salado de un cielo infinito, sabio por el tiempo y consciente por el flamenco, cante hondo de hombres que pudieron sufrir gritando su pena al viento.
Las dejamos estar, somos gentes hospitalarias, pero no nos gusta que echen sus raíces de algodón en la marisma de calma apacible, con orillas verdes, de pinos solos, cercanos a olivos milenarios, que ahora secuestran, y dejan morir, en pos, dicen, de una luz que por alumbrar mata.
El sol no se oculta cuando las nubes llegan. Ellas vienen… y luego se van; él se queda, no nos abandona nunca, si acaso, cansado del día, durante un desvelo ligero, por dejar, entonces, pasear un tiempo estrellas y planetas, que amigos suyos son, pues bien les presta su luz para que, mientras él sestea, nuestro mirar los vea.
Cubren, ellas, el cielo que nos protege, pero no nos quitan el sol que nos bendice. Puede que no lo veamos, cuando ellas están, pero él sigue donde siempre está. No acertamos con el dorado calor que nos regala, no sentimos la calidez de su caricias en la piel que nos abriga, pero él permanece fiel a quien lo cuida y quiere.
Si marchase, si nos dejase cuando ellas vienen, caería entonces la noche a destiempo, se volvería del revés el tiempo, no sabrían los astros si saludar o esconderse, moriría el trigo recién espigado, dejaría de seguirle el girasol, entristecido y por su ausencia roto, no extenderían las flores del naranjo su aroma en Abril, ni la dama de la noche encandilaría los atardeceres frescos de un verano al amparo de la brisa de la mar.
No, las nubes no tapan el sol, sólo nos impiden verlo, aunque él siga donde siempre está, aunque los hombres olviden, con infiel facilidad, su eterna lealtad, pues no somos amigos de la amistad, a veces, ni amigos de nosotros somos.
Decía el santo que no creemos si no vemos, ¡y así nos va! Ni todo lo que tocamos es cierto, ni lo que se ve es todo real. Existe lo que sentimos, comenzamos a saber porque somos capaces de sentir; es la mente, el conocimiento el que nos hace ser lo que somos, ni el tacto ni la vista, ni el oído ni el olfato, ni tampoco el gusto; con ellos percibimos… el mundo en el que vivimos, nada más… ¡y nada menos…!, pero, al fin, nada más. Para llegar a ser las personas que queremos y podemos ser, no basta con servirse, sólo, de las percepciones, hay que continuar, el camino sigue… hasta bastante más allá.
Somos tan frágiles y efímeros que tendríamos que obligarnos, sin excusa ni dilación, a hacer uso de la inteligencia que, por humana condición nos asiste, sea en mayor o menor medida, pero la tenemos. Al servirnos de ella, hilamos lo percibido con el entendimiento, los conceptos con la razón, y así nos acercamos a la posibilidad de tener conciencia de la realidad que construimos, que será nuestro mundo y lo que, nosotros, en esa certeza significamos, lo que a cuenta de nuestra libertad, y gracias a ella, finalmente somos. Pues no somos camaleones, ni sólo sensaciones, no somos encinas ni malecones, ni vientos, piedras, palomas o halcones: somos seres humanos, pensantes, por el momento y que sepamos, los únicos que podemos poner en práctica la razón.
Pensar que el sol no está, porque las nubes no nos dejan verlo, es no pensar; no pensar es no salir de la nada cotidiana y permanecer en ella, resignarnos a no usar la razón, en nosotros limitada, y aun así tan extensa que necesitaríamos muchas vidas para hacer de ella el empleo al que nuestras restringidas capacidades pueden alcanzar.
No, el sol no se va, son las nubes las que llegan, cuando no estaban, y se van, cuando se cansan de estar; pero él se queda, nunca se ha ido y jamás lo hará; cuando eso suceda, seremos nosotros los que no estaremos ya.
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