las mentiras del barquero

Jesús Rodríguez

Mi nueva mascota, ¿un chollo?

21 de febrero 2016 - 01:00

FUI a buscar a don Juan Tapia a su casa: "¿Don Juan puede usted acompañarme esta tarde a recoger a mi nueva mascota?"

-¿Una mascota? ¿Y eso? -preguntó-.

-Llevaba tiempo -respondí- buscando una mascota. Una original. No me veo yo con un foxterrier o un caniche. Hace unos días, comentándolo con Jeromo Pardeza, un amigo del colegio, le conté esto mismo y me dio varias ideas de mascota. Una de ellas me encantó. Me dijo que no me preocupara en buscar porque él me regalaría uno de los que tiene en su finca. Esta mañana me ha llamado para decirme que el aperador me está esperando esta tarde, que vaya a recoger al animal.

Don Juan me miró con una sonrisa. Se fue hacia su biblioteca y volvió con un recorte de periódico:

-Pues hay que tener cuidado con las mascotas. Hace unas semanas leí este artículo de Lewin, un psicobiólogo americano, en el que trata de la influencia mutua que se produce entre los animales de compañía y sus dueños. Basándose en el principio que un colega suyo, un tal Philip Lersch, denomina "unidad existencial bipolar", sostiene que, con el roce, amo y mascota se sumergen, no sólo uno en los sentimientos del otro, sino incluso en sus respectivas habilidades fisiológicas. Lewin llama este fenómeno... -le echó un vistazo al artículo- Aquí está: "tendencia transitiva psicosomática", y pone como ejemplo el caso de un pingüino que llegó a adquirir la misma habilidad que su dueña, bailarina del Ballet Imperial Ruso, para andar de puntillas.

Soltó una carcajada y dijo:

-Tenga cuidado. No vaya a ser que usted, siendo tan pacífico y tan frugal, se transforme en un Caracalla o en un Heliogábalo por culpa de su nueva mascota.

-Las cosas que tiene usted -respondí-. Bueno, le recojo a las seis.

Sería una tontería, pero lo cierto es que volví a casa sin poder quitarme de la cabeza si ese tal Lewin tendría razón. Nada más llegar, accedí a internet en busca de información sobre la mascota que tenía la intención de adoptar. En Wikipedia se decía: "A las tres semanas de nacidos comienzan a interactuar, jugando con otros miembros de la camada. Es durante esta época cuando desarrollan los lazos sociales más fuertes entre ellos; lazos que prevalecerán lo que dure su existencia". Estaba claro que se trataba de un animal social. Me quedé tranquilo.

Por la tarde recogí a don Juan y nos dirigimos a la finca de Jeromo. Cuando llegamos, allí estaba ya esperando el aperador. Lo saludé y me dijo:

-Mírelo. Ahí lo tiene ya apreparao. Yo lo voy a echá de meno, porque como lo cuido ende que era chico por mó de zu poblema.

Miré a don Juan. Tenía cara de espanto. Dijo: "No se le ocurrirá llevárselo a su casa". Yo sin embargo andaba atónito por las palabras del aperador. Él debió de advertirlo, porque se dirigió a mí preguntándome:

-¿Don Jerónimo no le ha avertío der poblema del animá?

Sin que yo contestara, él siguió: "¿Entonce no zabía usté que é diabético?"

Yo me desmoroné y a don Juan se le desencajó todavía más la cara: "Y además, enfermo", profirió en tono esmorecido. El aperador notó mi desconcierto y la angustia de don Juan y adoptó un tono tranquilizador:

-Pero no ze agobie usté, que ezo é ná y meno. Una inyecioncita por la mañana, que le pone usté mesmo; de comía: acerga, apio o berenjena, tó lo día; y arró o garbanzo, de vé en cuando; un pazeito corto por la mañana y otro por la noche… Y zantas pazcua. Lo principá é que no coma paztele, ni beba Cazera ni Cocacola… Pero, claro, esto é una chuminá, porque usté no le va a al animá ni paztele ni refrezco.

Iba ya a decir que por nada del mundo me llevaría a aquel animal cuando lo miré. Él también me miró. Tenía una mirada dulce, como si toda la glucosa que tenía en la sangre reposara en sus ojos. Compuso un gesto afligido, más humano que animal, y mi firme decisión tembló entera. A pesar de ello, dije:

-Lo siento, no tengo la experiencia que tiene usted y no me veo capacitado para cuidar de un animal tan delicado de salud.

Don Juan dio un respiro hondo: "Por fin descubro hoy en usted algo de sensatez" -dijo-.

El aperador lo miró esquinadamente y se dirigió a mí:

-¿Delicao de zalú er bicho? Zi esta mesma mañana ha cubrío a tres jembras… Y ya zabe usté que el orgazmo de eta raza dura lo meno media hora… É que rezurta que vienen de Dinamarca, y ya zabe usté que los de allí, con ezo der frío, lo hacen tó mú depacio.

No sé lo que me pasó, pero de pronto se me fundieron en la cabeza la teoría de Lewin y la imagen del animal y sus tres hembras satisfechas, y me oí a mí mismo decir:

-Treinta minutos de orgasmo…Tendencia transitiva psicosomática… Me lo llevo.

Aquel hombre empezó a empujar suavemente a aquel majestuoso cerdo landrace hasta hacerlo subir al remolque. Su mirada desprendía un algo entre melancolía y felicidad. Yo, en cambio, sentía una honda satisfacción: ¿se convertiría mi vida íntima en un chollo gracias a la influencia de aquel animal? Solo don Juan mantenía la cara de espanto. Su corazón resonaba en la paz del campo como una estampida de bueyes.

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