Los pacificadores

A Rosa Parks, Echenique la hubiera reconvenido por provocar, innecesariamente, a los blancos

Parece que el homenaje de Alsasua, encabezado por Fernando Savater, no ha gustado mucho en según qué sitios. El señor Marlaska, ministro del ramo, se limitó a decir escuetamente que ésa quizá no era la mejor forma de homenajear a la Benemérita. El señor Echenique hablaba ya, sin embargo, de quienes echan gasolina al fuego, en contra su política conciliadora, mientras que cierta prensa (glosada puntualmente aquí por Carlos Colón), se refería a los hechos como una provocación, etcétera. Lo cual, por un lado, me ha traído a la memoria una noticia de la semana pasada, cuando un instituto mallorquín impidió a sus alumnos que vistieran la camiseta de la Selección, para evitar "graves disturbios"; y por el otro, me ha revelado una sencilla evidencia: en el caso concreto de Rosa Parks, el señor Echenique la hubiera reconvenido por provocar, innecesariamente, a los blancos.

Yendo a lo importante, conviene recordar que el grave disturbio es que alguien nos impida usar libremente una camiseta de fútbol, o que el derecho de reunión sea calificado de provocación, de piromanía, y perseguido con piedras y campanazos. Voltaire, tan recordado por Savater, decía que "la libertad consiste en depender tan sólo de las leyes". Pero, claro, hoy ya no sabemos si citar a Voltaire es una provocación. Y tampoco podríamos asegurar que defender la ley, en contra de la arbitrariedad de los fuertes, quede muy progresista. El pobre Guardiola se hacía un poco de lío con todo esto y pensaba que la democracia y la ley son cosas dispares, como el balón y la cabeza del futbolista. Lo cierto, sin embargo, es que el paraíso plebiscitario de Guardiola se parece mucho a la jungla, y que una ley sin el marbete democrático no puede reputarse justa. Es la ley, pues, quien nos garantiza la igualdad de trato. De modo que, por ejemplo, el señor Torra no puede llevar a término su paraíso racial sin incurrir en un grave delito; y los mozallones de Alsasua tampoco pueden patear alegremente a la policía sin que la policía se tome a mal la broma. En ese sentido, el socialista Ander Gil tiene toda la razón: parece que en Alsasua, removido o sin remover, hay mucho odio.

¿En qué momento -abramos un paréntesis retórico- nuestra progresía abandonó la idea de igualdad, en beneficio de la Arcadia identitaria, vale decir, de un Edén xenófobo? He aquí el drama que hoy nos aflige. Y principalmente a nuestros progresistas, que marchan de un triunfo en otro, camino del Neolítico.

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