
Santiago Cordero
Los hechos del fútbol
La colmena
Fue hace tres meses cuando el periódico El Mundo dio por todo lo alto una entrevista “en exclusiva” a José Luis Ábalos. En febrero se cumplía un año del estallido del caso Koldo y el ex ministro de Transportes y ex secretario de Organización del PSOE tenía la oportunidad de fortalecer su perfil de “víctima” horas antes de declarar ante el Supremo como investigado por tráfico de influencias, cohecho, malversación y organización criminal. Todavía no estaba imputado. Les voy a confesar que la dejé a la mitad. Se parecía, demasiado, a un publirreportaje.
Que si se sentía “solo”, que si tenía la sensación de haberse convertido en “ese prototipo de español medio que cae bien, tipo Resines en Los Serrano”, que “si era fan de Extremoduro”... Y ahí se crecía el José Luis Ábalos haciéndose el humilde, el político de éxito que se “había hecho a sí mismo”, el tipo “cotidiano” que seguía desayunando en el mismo bar de siempre, que estaba dispuesto a descubrir cosa nuevas con esa novia joven que ahora tenía... La titularon así: “De todos los vicios que me achacan, los únicos que tengo son fumar y bailar salsa”.
Ahora que todos hablamos de la filtración de las conversaciones privadas vía WhatsApp entre Ábalos y Pedro Sánchez, la he recuperado y me he vuelto a quedar en mitad. No hay mucho más. Pero sí tiene sentido la exclusiva y el salseo nacional (bien sabemos los periodistas lo agradecidas que son las fuentes cuando se las trata bien) con que nos estamos entreteniendo. Ya llevamos dos entregas y dicen que hay “cientos”, “miles”, de mensajes más.
No voy a entrar en el plano jurídico ni en el de la ética periodística. Si hay delito, que lo investigue la justicia. Sobre las filtraciones, no puedo más que defenderlas como un recurso necesario para ese Periodismo que tiene que ver con contar lo que alguien no quiere que se cuente. Estos dos frentes tendrían, obviamente, un debate serio, pero a mí el que me interesa hoy es el de la opinión pública y el de nuestra vulnerabilidad tecnológica. Al margen del daño político, de lo que afecte este tipo de conversaciones privadas al presidente del Gobierno, hay una lección que debemos aprender todos: estamos vendidos. No soy capaz de pensar en la ministra de Defensa sin verle en la frente escrito “pájara”. Ella se lo toma a broma; yo no sabría cómo trabajar con Pedro Sánchez el día después. Si habíamos aprendido a contar hasta cinco antes de hablar (para no meter la pata), hagamos lo mismo antes de enviar un wasap por el móvil. ¡Con lo seguros que vivíamos conversando, cotilleando, en la barra del bar!
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