La decisión de Pedro Sánchez de convocar elecciones el próximo 23 de julio, calificada de genialidad por algunos y de idiotez por otros, probablemente era la única salida lógica que le quedaba al presidente, tras el importante revés electoral que sufrió el partido socialista –y la izquierda en general– en la noche del 28 de mayo. De entrada, hace olvidar en pocas horas la victoria popular. Su golpe de efecto cambia el paso a todas las formaciones políticas del país, acuciadas hoy por la reválida a la que se van a someter en pocos días. De otra parte, cercena cualquier atisbo de discusión interna dentro de su partido: los plazos aprietan y no queda tiempo para que nadie le eche en cara que sus decisiones nacionales y el planteamiento mismo de la campaña hayan ocultado el debate municipal y autonómico. Se esfuma la crítica al efecto Sánchez, letal al insistir en plantear la contienda como un plebiscito de su Gobierno. Introduce, además, un posible factor distorsionador al llamar a las urnas en pleno verano, cuando media España disfruta de sus vacaciones. Que esto le beneficie o no se verá en su momento. Pero, dado el funcionamiento manifiestamente mejorable del voto por correo, no deja de preocupar y mucho. Consigue, también, introducir en la campaña de las generales el laberinto de la constitución de Parlamentos autonómicos y ayuntamientos donde el PP habrá de negociar con Vox. Y aunque el presunto lobo de Vox, a los resultados me remito, cada vez asusta menos, Sánchez quiere insistir en el argumento.

Conviene no olvidar, además, que en términos numéricos la derrota del PSOE no es comparable a la de 2011. Los diez puntos de ventaja que entonces obtuvo el PP son ahora tres, lo que presagia una lucha cerrada e incierta que desdice todo conato de triunfalismo. Mucho más si se tiene en cuenta que el órdago de Sánchez conseguirá unir a todas las fuerzas que se sitúan a la izquierda de los socialistas, condición indispensable para conservar alguna opción de éxito.

Pedro Sánchez, pensando como siempre antes en sí mismo que en España, minusvalorando e interfiriendo su propia presidencia europea, desmintiendo de nuevo su firme promesa de agotar el mandato, ha querido ahorrarse, por último, el suplicio de seis meses de muerte lenta. Se la juega a cara o cruz. Morirá, si es que esto ocurre, matando. La moneda ya gira en el aire. Hay partido y el resultado dependerá, cómo no, de cada uno de nosotros.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios