CUANDO acarició la pelota hacia su derecha nadie entendió lo que pasaba. Sergio había rodado por el suelo nada más lo vio amagar con su zurda, pero cuando supo que la bola no se dirigía a portería intentó levantarse mientras pensaba ¿qué hace este ahora? Los que tuvimos la suerte de verlo en directo también nos quedamos un segundo paralizados, hasta que apareció como un rayo Luis Suárez para empujar el balón al fondo de la portería. Luego llegó el debate, que si falta de respeto, que si abusones, que si con 2-1 no lo hubieran hecho. El caso es que cuando se lleva el fútbol arte en la sangre hasta a un penalti se le puede sacar punta. Cruyff, el padre de la criatura, el creador de esta filosofía que está por encima de ciclos, entrenadores y jugadores, ya ejecutó una suerte similar con aquel Ajax de las tres Copas de Europa. Entonces fue aún más filigranero, porque Olsen se la devolvió y el flaco marcó a puerta vacía. Ante el Celta no dio tiempo a tanto, pero Messi se quitó una espina más. Una de las pocas que le quedan, la de emular a ese genio que con su visión del fútbol apadrinó a toda una generación.

El Barcelona es un espectáculo. Incluso para algunos madridistas como yo que observamos incrédulos lo que vemos, con idénticas ganas de que pare de llover mientras bailamos bajo el diluvio. Porque es un chaparrón de creatividad futbolística sin parangón. La segunda parte de Messi, Neymar, Suárez y compañía ante el Celta debería mostrarse a todos los niños del mundo como ejemplo de como el hecho de crecer no debe ser sinónimo de aburrimiento, de perder el atrevimiento, del gusto por practicar el mejor juego del mundo.

Yo, que soy Maradoniano de religión, cada vez tengo que admitir más esa máxima de Valdano que dice que Messi es Maradona cada domingo. Quizá el Diego fue mi gran amor, puede que fuera el más apasionado, pero Messi es el que nunca defrauda.