Jerez íntimo
Marco Antonio Velo
Jerez, 1979: Choquet, Esteban Viaña, Manolo Benítez, Falconetti y Nadiuska
DE llamarlos viejos, que en sí misma no es palabra ofensiva, pasaron a ser ancianos porque parecía más fino, más culto. Luego apareció importado de Estados Unidos la aberración semántica de lo políticamente correcto: hablar con eufemismos y no llamar a las cosas por su nombre, una limitación mental que contra todo buen sentido ha terminado por ser considerada de izquierdas. De lo correcto surgió el hallazgo de la locución 'tercera edad'. En el entremedio se optó, con pretensiones de amabilidad cariñosa, por llamar abuelos a todos los ancianos y tutearlos, saltándose una jerarquía afectiva y un privilegio de parentesco que sólo corresponde a los nietos. Por el camino proceloso e interminable de los eufemismos llegamos a otra locución: 'personas mayores'. Hoy es su día institucional. Personas mayores eran en mi niñez todos los que no eran niños, aunque tuvieran 25 años o menos. No podemos saber cuál será el próximo eufemismo, habida cuenta de que no tienen fin.
El no saber cómo llamar a los viejos para no agraviarlos es una postura desde arriba, paternalista, desde un nivel superior, y da a entender que gastarnos con la vida es una vergüenza. Lo mismo que adularlos llamándolos sabios para llevarles una alegría postiza como si fueran tontos. Con la urbanización de la sociedad los ancianos han dejado de ser útiles, de modo que su sabiduría, que la tienen por haber vivido mucho, no sirve para la vida actual. Si, además, son pobres, añadimos humillación a la pérdida de vigor. Se puede ser joven y pobre, decían en una película, pero no viejos y pobres. No es esta la mayor pobreza sin embargo, sino la de no haber recibido una formación que les haga disfrutar de lecturas y conversaciones, de espectáculos y viajes mientras sea posible. Los ancianos del mundo rural todavía se salvan de la tristeza de un piso minúsculo o de la vida en común con otros ancianos desconocidos, esperando en la antesala de la muerte. La soledad de quien no sabe combatirla es destructora.
La pérdida del mundo rural acaba con el temple del anciano más animoso, si no tiene otro mundo con el que sustituirlo. Los amplios horizontes del campo están también en la lectura, si se ha leído toda la vida, o en continuar practicando las aficiones que se tuvieran en la juventud y la madurez. Tengo la impresión de que en los asilos, por más eufemismos que inventemos, hay una preocupación obsesiva por la salud. En nombre de la salud, que alarga la vida y la soledad, se proscribe el tabaco y el alcohol, se come de régimen y se procura distraer a los asilados que, por lo general, lo que quieren es estar tranquilos. Los asilos ya son un lugar para morir y, sin llegar a la eutanasia ni a la asistencia al suicidio, se deberían dar facilidades para un buen fin: si beben, que beban; si fuman, que fumen; que no haya ruptura brusca con el pasado ya que no tienen futuro.
También te puede interesar
Jerez íntimo
Marco Antonio Velo
Jerez, 1979: Choquet, Esteban Viaña, Manolo Benítez, Falconetti y Nadiuska
Confabulario
Manuel Gregorio González
Lotería y nacimientos
Paisaje urbano
Eduardo Osborne
La senda de Extremadura
La ciudad y los días
Carlos Colón
Hoy nace el Gran Poder
Lo último