HABLANDO EN EL DESIERTO

Francisco Bejarano

La pobreza mental

10 de septiembre 2010 - 01:00

NO tiene que ver exactamente con la pobreza material, si bien depende de cuántas generaciones de depauperación haya sufrido la persona. La inteligencia, o sólo el bien discurrir y el sentido común, son como la nobleza, según Cervantes por boca de Don Quijote: la pobreza no quita nobleza pero la nubla. San Jerónimo, de quien no debemos fiarnos al pie de la letra por su carácter irascible, hace grandes elogios de Pammaquio por la ejemplar pobreza en la que vivió sin merma de su talento. Lo mismo hace con Nebridio, alto cargo de quien nunca nadie murmuró, que se empobreció socorriendo a viudas y huérfanos y rescatando cautivos con sus bienes. Convengamos en que la pobreza y la inteligencia tienen vidas separadas. Es, por tanto, imperdonable que personas de posición demuestren una indigencia mental que, si no es porque Natura los ha desfavorecidos, es tontura adquirida a fuerza de querer ser tonto.

Los pecados peores no son los de las caídas en tentaciones por la fragilidad humana, sino aquellos de los que se busca la tentación deliberadamente, dejando a los diablos sin trabajo. Ni siquiera el Diablo los agradece. Falta grave es también no desarrollar la inteligencia teniendo medios para hacerlo. La inteligencia no se desarrolla nada más que hasta donde da de sí; pero, si se la abandona, se convierte en paradoja: un estorbo que hace la vida más cómoda, incluso más feliz, a un individuo y entorpece a la comunidad. Quienes no cultivan su inteligencia por pereza inducida, acaban en la pobreza mental en su juventud y en la indigencia en la madurez. Mientras somos jóvenes esperamos futuros esplendorosos, en la madurez el futuro está casi agotado y en la vejez con indigencia mental no hay futuro. Los padres deberían estar atentos al enriquecimiento mental de sus hijos, para que no caigan víctimas del sistema educativo público español.

Hay otro peligro cernido sobre las cabezas de los jóvenes que se creen libres, y de otros no tan jóvenes que se creen jóvenes, y es que la mala educación los pone en manos de desaprensivos con edad, saber y, sobre todo, gobierno. Los más manipulables son siempre los muy jóvenes que se creen listos y aprenden una cosa y creen conocerla en su totalidad. Ya se lo advirtió san Pablo a los corintios: "Quien se figura haber terminado de conocer algo, aún no ha empezado a conocer como es debido." Lo decíamos hace unos días: enseñar no es educar. La enseñanza es un aprendizaje que se transmite de generación en generación; la educación en un bien del alma que nos transmiten nuestros allegados, si el alma propia es receptiva, como conocimiento del mundo real cercano que nos sirve de referencia. Si los políticos quieren crearles un mundo irreal a los más jóvenes, es para tenerlos sujetos y agradecidos. Habrán muerto cuando los jóvenes de hoy estén cercanos a la muerte, sin una memoria histórica que enarbolar como protesta.

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