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Es creencia común que en España hay muchos graduados universitarios. Sin embargo, eso es falso. Según datos de CBR Research, sólo el 28,8% de la población activa entre los 25 y los 64 años tiene una licenciatura o doctorado, un grado superior u otros estudios equivalentes acreditados. Esto, en cifras absolutas, supone 9,2 millones de españoles. ¿Son números cercanos a la cabeza de la estadística? Pues miren, no. Al frente está Irlanda (52,4%) y nuestro país ocupa el vigésimo tercer puesto, en posición semejante a Francia (28,15%) o Italia (21,5%).
Nadie duda de que hemos hecho un enorme esfuerzo en materia de enseñanza: se ha reducido al mínimo la lacra del analfabetismo (1,9% de la población activa mayor de 25 años en 2022); se ha universalizado el acceso a la universidad y nuestra formación profesional funciona con eficacia. Pero tal presunto éxito genera, al tiempo, la aparición de fenómenos indeseables. Así, existe un grave desequilibrio entre la cualificación conseguida por los trabajadores y las necesidades reales del mercado laboral, lo que, por una parte, produce la huida al extranjero de capital humano con talento (la famosa fuga de cerebros) y, por otra, genera el problema de la sobrecualificación, esto es, aquella situación en la que un trabajador posee un nivel educativo o habilidades que superan las exigencias del puesto de trabajo que desempeña. España lidera la UE con la tasa más alta de trabajadores sobrecualificados. Sin diferencias significativas entre hombres y mujeres, nuestro 36% del número total de los que se encuentran entre 20 y 64 años (así lo dice Eurostat para 2024) únicamente está amenazado por Grecia y Chipre.
Errores como la falta de servicios de orientación o la sobrevaloración de los títulos (la titulitis) y coyunturas como la actual crisis económica (que incita a aceptar empleos inferiores al propio nivel) conllevan efectos desoladores para el trabajador sobrecualificado: la insatisfacción laboral, la desmotivación y, en última instancia, la frustración. Disfunciones todas que exigen soluciones complejas y urgentes, todavía ignoradas por los gobiernos de turno. De ahí mi paradójico encabezamiento: nuestros alumnos superiores son pocos a la par que demasiados, una realidad económica, social e individual francamente insoportable.
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