La resaca de terror

La resaca de los atentados deja el terreno abonado para los intransigentes y los cortos de mira

Yseptiembre llegó, para horror de algunos, para salvación de los enemigos del verano y para tranquilidad de los amantes de esa rutina perdida momentáneamente y que ancla en el mundo y coloca faroles por los caminos.

Este agosto nos ha dejado, en el corazón y en la cabeza, las imágenes de los brutales atentados en Barcelona y Cambrils y, con ellas, la dura tarea de encontrar alguna respuesta medio convincente a tanto desatino, a tanta locura, a tanto horror… Los detalles de lo ocurrido en las Ramblas son de tal naturaleza y nos han calado tan hondo que, por mucho que incomode el recordarlos, si nos alejamos de ellos nos apartamos de lo único que puede ser positivo, que es conseguir algún aprendizaje sobre lo ocurrido.

El drama que ha vivido Cataluña, y con ella toda España, apenas ha servido para unir a las personas en el dolor, sino que se ha convertido en la excusa perfecta para mostrar los más enérgicos fanatismos, para dar rienda suelta a esa reprimida exaltación de lo propio y para mostrar un indisimulado desprecio hacia los pensamientos ajenos. La resaca de los atentados está dejando el terreno abonado para los intransigentes y los cortos de mira, convirtiéndose en una oportunidad perfecta para difundir por las redes opiniones sectarias sin ser censurados.

Desde el primer momento, cuando la alcaldesa de Barcelona hizo sus primeras declaraciones en su lengua, en catalán, como siempre, antes que considerar lo que decía, se quedaron con el cómo lo decía, olvidando que la solidaridad no encuentra diferencia entre los idiomas. Los intolerantes no se han inmutado ante los gestos de dolor y perdón de los musulmanes residentes en Barcelona, pero se han adherido a ese párroco de Madrid, que lejos de conculcar el perdón entre sus fieles en una homilía, incita a buscar culpables señalando a Colau por no poner bolardos en las Ramblas… No se ha destacado la rapidez con que se identificaron los terroristas, sino el "desencuentro" entre los Mossos catalanes y las fuerzas del Estado. Como si de dos equipos de fútbol se tratase, han surgido los defensores de unos y, por consiguiente, contrarios de los otros.

La tragedia ocurrida saca a relucir ese yo, que se oculta por políticamente incorrecto, y lo saca a pasear sin disfraces de pseudotolerancia, sin la máscara de la solidaridad, sin ningún atisbo de contribuir humildemente a la consecución de un mundo de todos y para todos. Hemos perdido una ocasión para el encuentro. Lástima.

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