Y la luz volvió al altar mayor de San Lucas. Después de una etapa de sombra, ocultando una realidad desvencijada, mortecina, el oro vuelve a brillar. Y con él regresa también la imagen de la Virgen de Guadalupe para presidir desde el camarín el retablo felizmente restaurado. Un retablo que fue consecuencia de la devoción a esta escultura mariana que, según la tradición, fue donada a esta iglesia por Alfonso XI como acción de gracias por su victoria en la Batalla del Salado de 1340. De hecho, fue una hermandad creada para rendirle culto la que costeó esta obra retablística y la que en 1723 firmó el contrato con Francisco López. Este artista, natural de Bornos, se había instalado algunos años antes en Jerez donde tallará diferentes piezas desaparecidas, como el retablo de Ánimas de Santiago, hecho junto a Diego Roldán. En San Lucas, López fusiona la moderna hoja de "cardo", menuda y rizada, con las viejas columnas salomónicas. El resultado es un conjunto efectista, con indudable protagonismo de la calle central, en la que se sitúa el camarín de la Virgen y la hornacina con el titular del templo, rematada por un llamativo penacho que prolonga la estructura hasta la clave de la bóveda con sentido ascensional. Respecto a su discreta imaginería, el retablista volvería a contar con Roldán para la mayor parte de ella. Con su dorado en 1733 se puso fin a toda la trasformación barroca del edificio. López ya había marchado por entonces a Cádiz, para la que hará su gran obra, el fastuoso retablo mayor de la parroquia de San Lorenzo.

Reinaugurado el pasado domingo, gracias a la intervención de la empresa S&S, la iniciativa de la hermandad de las Tres Caídas y a la ayuda de la Junta de Andalucía, el retablo de San Lucas vuelve a recuperar su estabilidad y parte de su belleza, perdida bajo gruesas capas de polvo, e incuria.

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