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Marco Antonio Velo
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Reír, lo que se dice reír, es muy recomendable y más sano todavía. Podríamos permitirnos la licencia de adaptar aquel viejo refrán que dice: “quien canta su mal espanta”, a la cuestión que hoy nos entretiene: “quien ríe su mal espanta”, le falta rima, pero sirve el mensaje.
Es curiosa la risa: es muy probable, casi seguro, que a todos guste y complazca, sin embargo, y por lo general, se usa muy poco y se disfruta aún menos. Y esto a pesar de que es gratis, no cuesta nada -nada material al menos-, es placentera -casi siempre, lo que habitualmente entendemos por risa, lo es-, y resulta beneficiosa -a nadie, ni al mayor de los amargados, amarga un dulce-. Ya ven como también en cuestiones de risa, ¡faltaría más!, los humanos continuamos haciendo gala de la muy amplia estupidez que nos califica.
Y es curiosa, también, porque no es imprescindible tener una disposición favorable o apropiada para poder regocijarnos con ella. Es cierto que a quien está contento, a quien disfruta de la alegría, le es más fácil hallar motivo para reír, pero todos sabemos que, a veces, sumidos en la tristeza o turbados por la angustia, surge una chispa, repentina e inesperada, que nos saca una sonrisa o nos provoca la risa.
Y sigue siendo curiosa, la risa, pues, aunque acabemos de referirnos a motivos para reír, es bien cierto que en ocasiones reímos sin causa conocida que lo motive: no es necesaria una razón para la risa, lo mismo puede ser sugerida, que provocada, o surgida de dónde no parecía ser capaz de esperar.
Puestos a pensar sobre la risa, hemos encontrado hasta cuatro diferentes modos de risas, no obstante, sólo uno de ellos lo vamos a aceptar como auténtica risa, ya nos dirán si están de acuerdo con nosotros.
Reír no es sólo contraer un sinfín de músculos -un increíble número de ellos- del rostro; reír, como quien dice: “a carrillo batiente”, implica una actitud. Para reír, como Dios manda, para sentir esa especie de liberación que nos relaja el cuerpo y alegra el espíritu, hay que hacerlo desde dentro hacia fuera, pues no es, sólo, el dibujo en el rostro, sino el sentimiento de alegría incontenible, de júbilo inesperado, de un gozo súbito y espontáneo que rebosa del cuerpo, asoma por los ojos y firman los labios; así es como reímos … cuando lo hacemos de verdad.
Podemos reír “de los demás”, pero esto no es risa. Reírse de los otros puede significar desatención, burla, prepotencia o cruel manifestación de desprecio; nada que ver con la risa; puede, sí, que en la cara de quien así ríe, se bosqueje la risa, pero no está riendo, está transmitiendo sentimientos que se sitúan en el reverso de lo que la risa supone.
Podemos, también, reír “con nosotros”, una risa que no solo no es risa si no explicita declaración de la estupidez que embrutece y consume a quien de este modo procede. Actúan así, pues más que de risa de teatro se trata, los que ríen sus propias gracias, sin gracia alguna; quienes celebran el inexistente ingenio de sus torpezas, pretendiendo pasarlas por ocurrentes destellos o perspicaces intuiciones, en la callada carcajada de los que no tienen más remedio que escuchar encuentran, estos mentecatos, adecuada respuesta a su descarada y vulgar insolencia.
Podemos, y debemos, ahora sí, reír “con los demás”. Esta es la risa cierta y verdadera, saludable y casi imprescindible para sobrellevar con buen ánimo las dificultades que no cesan. La risa que nos llena cuando alguien la hace surgir y con sinceridad nos la transmite, cuando se comunican alegrías, se comparten contentos, se celebran éxitos, festejan laureles, se cuentan chanzas o se remedan, con afecto, situaciones cómicas. Reír, con los otros, es aplaudir la vida, que buena falta hace.
Y, para concluir, podemos “reírnos de nosotros mismos”. Tampoco es una risa en sí, pero es la risa más inteligente de todas. Tomarnos a broma, en ocasiones, es santa medicina. Implica humildad; reconocimiento de las inevitables limitaciones que nos condicionan, aunque haya otras que si podamos superar; de lo efímero del tiempo del que disponemos; supone asumir la certeza, más que la posibilidad, de que hay otros muchos que son mejores que nosotros; que la razón no ha de ser, por definición, la nuestra; sobrellevar lo escaso de la sabiduría a la que somos capaces de acceder y lo inconmensurable de la ignorancia que nos aplasta.
¡Rían pues!, podrán disfrutar de toda la que quieran, pues no tiene fin la risa, encontrarán la suficiente siempre que la busquen ¡Ríanse!, se consumirán mucho antes si no lo hacen. Rían primero de ustedes mismos y rían luego con la alegría de los demás.
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