No saben ustedes cómo estaba esto antes que yo llegara

Recuerdo una viñeta que circuló en 1998 cuando el huracán Mitch, uno de los más destructivos que se han conocido, asoló Centroamérica. Las imágenes y los números que nos llegaron eran dantescos: inundaciones, deslaves, aludes de lodo, más de 20.000 personas muertas, cerca de 8.000 desaparecidos… En esa viñeta que les digo, el huracán se dirigía al lector y le espetaba algo así como "No saben ustedes cómo estaba esto antes de que yo llegara". Las catástrofes naturales, como ha ocurrido ahora con el terremoto que ha afectado a la frontera entre Siria y Turquía, siempre nos conmueven, no solo porque nos ponen por delante el horror de la muerte y la destrucción, sino también porque nos recuerdan lo vulnerables que somos y lo poco que cuenta nuestra soberbia de homo sapiens frente a la inmensidad de las fuerzas naturales del planeta.

No obstante, todas estas catástrofes ofrecen su peor faz cuando, además, se ceban sobre territorios donde los mismos hombres ya han instalado otras catástrofes de su propia cosecha: la guerra, la dictadura, la pobreza, la enfermedad, la injusticia… Es entonces cuando el desvalimiento de las personas alcanza su mayor y más dolorosa expresión. Comprobamos que en estos sitios en los que solemos reparar muy poco, no hay un estado responsable y preparado capaz de acudir al rescate de su gente o de organizar la provisión de alimentos, de agua y de atención sanitaria; que no hay recursos públicos para atender de inmediato a la búsqueda de los desaparecidos y al cuidado de los supervivientes, y que, en ocasiones, ni siquiera hay capacidad para coordinar la ayuda internacional que suele llegar en masa… durante los primeros veinte días. En el caso del terremoto del día 6 de febrero, el seísmo ha afectado a regiones de Siria que llevan en guerra más de una década y sobre las que ya se cernía, antes de que el planeta estornudara, la mayor de las destrucciones. Ahora sabemos que las miserias de la geopolítica incluso dificultan que a esas zonas puedan llegar con normalidad la ayuda internacional, la intervención de las ONGs o unos medios de comunicación que puedan contarnos de primera mano lo que allí está pasando. Más dolor sobre el dolor: cinco días después del terremoto, Bashar al-Asad visita un hospital en Alepo y habla de intereses políticos y de humanidad, aunque él lleva años sin consentir que pase ayuda humanitaria a las zonas que están en manos de sus opositores; un poco antes, Erdogan reconoce que su gobierno ha tardado en actuar y comienza a hacerlo deteniendo a una quincena de constructores. Miren ustedes, ya es tarde: la humanidad hay que demostrarla en todo momento y con todas las personas y, aunque el ser humano sea una grave muesca en el planeta, la ciencia ya ha avanzado mucho en el conocimiento de la prevención y, si se quiere, se pueden atenuar los daños. Por lo menos para que el terremoto no pueda decir: "No saben ustedes cómo estaba esto antes de que yo llegara".

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