No me asesora Humphrey Bogart, como a Woody Allen en Sueños de un seductor, pero tuve grandes maestros del coqueteo. J. L., D. J. o P. A., en la infancia/adolescencia, o R. S., B. R. y P. S., en la madurez (vulgo pureteo), son primeros espadas del flirteo. Pienso en algunos consejos cuando la situación lo requiere, pero en cambio se me viene a la cabeza aquella escena en un museo del actor neoyorquino con una bella dama: "¿Qué hace el sábado por la noche?", pregunta diligente el patoso Allan. "Me voy a suicidar", responde ella. "¿Y el viernes por la noche?".

Llegado a estas edades, la falta de entrenamiento pasa factura. Aun así, hay que intentarlo. Quedé a media tarde para tomar café con una chica modosita que desgraciadamente enlutó antes de tiempo. Que pidiera té verde sin azúcar despertó un mal presagio. Pero no. Mi torpeza radicó en hablar de cine, pero sólo se me ocurrieron películas con finales trágicos:Titanic, La vida es bella, Million dollar baby... Madre mía cuando esa pobre se puso a llorar torrentes de lágrimas porque se acordó de su marido. Me disculpé y saqué el pañuelo de tela: "Todo tuyo, hija". La acompañé a un taxi y me despedí con los dedos de las manos entrelazados a lo Juan Pablo II pidiendo clemencia.

Habrá más fortuna en la siguiente cita. Cena con una zagala (le quito años) y ambiente distendido. Tres cervezas antes de sentarnos y me apoderé de la botella de tinto con la nerviosera. Aprecié que poco a poco se me trababa la lengua, pero mantenía el control. Dos copas más tarde iba yo con la sonrisa bobalicona de Gabino Diego. Me invitó a su casa, "está aquí al lado", y cuando volvió de la cocina de preparar dos cubatas y un platito con almendras, me encontró repanchingado en el sofá con las gafas incrustadas en la cara y puede que roncando. Me arropó. A las tres horas me desperté sediento y legañoso, y me fui sin hacer ruido (creo).

A la tercera va la vencida. Una vieja amiga (la amistad, no ella). Nada podía fallar. Un día estupendo, risas, historietas de hace 25 años, "te acuerdas de...", una pasada. Y cuando nuestras caras estaban a 23 milímetros dice muy despacito: "No iremos a estropear una relación como la nuestra por un polvo, ¿no?". Entre el balbuceo y el tartamudeo contesté: "Cla-cla-claro que no". Me fui con un beso en la frente y de vuelta empecé a morderme el índice de la mano derecha; aún sigue la marca tres semanas después.

"En fin", valoré, "mi hábitat natural está en el bar confesándome con el camarero". Ah, no, que lo ha cerrado el Gobierno. Maldita sea. Iremos a por la cuarta cita...

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