Las cosas empezaron a ir mal en Ciudadanos cuando a Albert Rivera le entró el síndrome del Gran Visir Iznogud. Quizás recuerden al simpático personaje de los tebeos de hace ya un montón de años creado por Goscinny. Aunque no alcanzó en España la fama de Astérix, aglutinó un numeroso club de fans entre los que me conté y me cuento. Iznogud, en el Bagdad de Las mil y una noches, se metía en lío tras lío por su obsesión de ser califa "en lugar del califa", algo que nunca logró el pobre. Rivera se creyó que iba a ser el califa de la derecha española y que se iba a cargar al Partido Popular. Se sobreestimó y subestimó a una marca como el PP que es un trasatlántico de la política que puede pasar por problemas, pero hundirlo son palabras mayores. Ni Rivera ni Ciudadanos están en condiciones de hacerlo. Si alguien se puede cargar al PP son los que están dentro y, aunque en algunos momentos parece que se hubieran puesto a ello, no es tarea fácil.

Lo peor del síndrome de Iznogud que le ha entrado a Rivera es que sí puede terminar quitando del mapa a Ciudadanos o, por lo menos, dejarlo en una fuerza más testimonial que real. El partido nació en Cataluña como una reacción sana de una parte de la sociedad hacia el totalitarismo social y cultural de los nacionalistas. Y lo hizo porque las dos fuerzas estatales habían renunciado a ello. El PP por incapacidad manifiesta y los socialistas porque practicaron una política ambigua y pactista por la que pagaron un alto precio tanto en Cataluña como en el resto de España.

Cuando Ciudadanos decidió dar el salto nacional lo hizo como una formación de centro progresista y con voluntad, expresa y manifiesta, de poder pactar tanto a su derecha, con el PP, como a su izquierda, con el PSOE, y quitar ese papel de bisagra a los nacionalistas vascos y catalanes, que hasta entonces lo habían ejercido con réditos enormes. Ese papel, similar al de los liberales en Alemania, era el que, superada en España la etapa de las mayorías absolutas, le iba a abrir la vía del poder y de la influencia.

Pero ahora el partido de Rivera está perdido en su laberinto. El dirigente en el que se habían puesto tantas esperanzas se ha equivocado en todo lo que se podía equivocar: ha fortalecido a Pablo Casado en el PP, ha abierto una crisis interna en su formación y, sobre todo, ha desdibujado su función en la política nacional. Definitivamente, no será califa en lugar del califa. Habrá que ver si aguanta como visir.

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