Tierra de nadie

Alberto Núñez Seoane

Qué solos nos dejan los muertos

26 de mayo 2025 - 02:18

El inefable poeta sevillano, de alma sensible, corazón romántico y espíritu próximo a la inasible belleza de lo inmortal, Gustavo Adolfo Bécquer, lloraba la muerte de la niña con lamento intenso y sentir profundo: "¡Dios mío, qué solos se quedan los muertos!".

Solos quedan, aunque no los queramos así dejar. Ellos, ya no están, no quisieron marchar, pero… no están ya. No eligieron dejarnos, ni nosotros quisimos que lo hicieran, más, sin que nadie pudiera evitarlo, ellos se fueron, nosotros quedamos.

Habría que alcanzar a saber si allá, demasiado lejos de dónde aún existimos, ellos nos sienten lejos también. El olvido mata a los que muertos están. A los que seguimos vivos, el recuerdo nos salva de la memoria por fallecer, pero olvidamos que no llegamos a ser quienes somos, si sepultamos con tierra vacía y triste, a los que no tuvieron porqué marchar, pero lo hicieron.

Lo más cruel de la muerte es la ausencia. Esa fuerza imposible que nos aleja, ¿para siempre?, de los vivos que quisimos. El muro que nos separa de ellos, tal vez no a ellos de nosotros, no permanece… cambia. Poco sabemos de las frías piedras que lo levantan primero y lo sostienen después. Puede que se engendren en la desolada cantera en la que el «yo» está, siempre, por delante de todos y antes que nada; puede que provengan da la desidia inerte, hija de una rutina voraz que carcome la mente y apaga la ilusión; puede que su origen esté en la patológica estupidez del hombre, esa que lo convierte en incapaz de consagrar su escaso y valioso a tiempo a lo que en verdad importa. Lo cierto es que esas piedras, que vamos colocando una a una, fila tras fila, van alzando el muro terrible de la indiferencia hacia lo que nunca debiera resultarnos indiferente, pues se trata del "ser o no ser…" de los humanos, de ser personas, sin prescindir de la razón, lo único que nos distingue y califica para existir como seres conscientes de su conocimiento, hábiles para distinguir, comparar, deducir y demostrar, o bien existir como animales… no racionales.

La razón, a veces, parece mostrarse enemiga del sentimiento. No somos tan fuertes como para soportar la certeza de nuestra finitud. Nos obligamos, para mantener la esperanza y no desterrar la ilusión, a buscar un mundo fuera de nuestro mundo; a creer, al menos guardarnos la posibilidad de llegar a creer, en un más allá después de nuestro efímero 'acá'; en hacer real un tiempo que alcance lo que a nuestro humano tiempo se le niega; a encontrar limitaciones sin límite que impidan la fragilidad propia de nuestra condición humana. Todo lo que la razón niega, el sentir de lo fugaz que es nuestro existir, lo reclama. Por eso ellos, los muertos que dieron sentido al mundo en el que nosotros todavía vivimos, no pueden dejar de estar… en algún lugar, tras cualquiera de las estrellas, escondidos, tal vez, en la inmensidad de lo que desconocemos… pero vivos en la memoria que nos permite saber que existimos.

Sin recordar, no podríamos continuar viviendo, es más: no es posible la vida, tal y como la conocemos, si no tuviésemos la capacidad de almacenar conocimientos, experiencias, sensaciones y vivencias. No podríamos aprender, y sin aprender no sería posible comunicarnos, ni pensar -puesto que para hacerlo es imprescindible ser capaz de organizar y manejar el conocimiento de objetos y sujetos-, ni tener conciencias de lo que sabemos, pues de inmediato lo olvidaríamos, ni ser conscientes de lo que no podríamos asumir, pues tan pronto lo percibiésemos, al carecer de memoria para retenerlo, pasaría a dejar de existir, sería como si nunca hubiese existido.

Creer en lo que parece absurdo creer, confiar en lo que, por desconocido, no debería ser posible esperar, alimentar ilusiones que desafían la lógica de lo que parece sensato, querer hacer de la fantasía realidad, son las solas luces solas capaces de alumbrar las tinieblas a las que nadie quiere llegar. No hay que abdicar la razón, para así reflexionar, sólo hay que pedirle permiso para que nos permita soñar.

Lloró el poeta por "lo solo que se quedan los muertos", puede que ellos también lloren al saber lo solos que nos dejaron aquí, seguro que sí.

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