Cuarto de muestras
Carmen Oteo
Medallas de oro
SIN interrupción (II). Habitar lo sublime, sin interrupción, es alcanzar la felicidad imposible. Imposible no porque no estemos capacitados para conocerla y gozarla, sino porque la continuidad en la felicidad es circunstancia que, esta sí, insuperable, con creces, para las limitaciones de la condición que nos hace ser lo que somos.
Lo factible es proponernos, como decíamos la semana anterior, habitar lo sublime. Renunciar, con convicción plena, a persistir en la mediocridad que nos recibe en el momento en el que ponemos pie en el légamo que reviste los caminos que, por fuerza, antes o después hemos de caminar en el mundo que nos tocado.
No obstante, el hecho de comenzar en lugar que no hemos tenido opción de escoger, pues nos ha venido impuesto por el azar, no somete nuestro destino, en absoluto. Andar los senderos que se nos han puesto delante es una alternativa, buscar otros nuevos y rechazar los sugeridos, o impuestos, es otra bien diferente.
Dado que la libertad que nos determina, a la que no podemos renunciar y de la que no podemos prescindir sin dejar de ser lo que somos, no nos acompaña hasta pasados los primeros años de nuestra existencia -ni el recién nacido ni el niño ni siquiera el adolescente, éste si no en todos, al menos en la mayoría de los casos, poseen libertad para ser libres ejerciéndola-, parece inevitable comenzar por andar esos caminos, que el poeta decía «se hacen al andar», caminando por los que, sin haber podido elegir por no tener aún la libertad para hacerlo, dispone bajo nuestros vírgenes pies quien nos cuida … o nos descuida.
Esta es una ineludible circunstancia que nos determinará, o no si «salvándola a ella nos salvemos nosotros» -como pensó el filósofo-. Salvarla quiere decir que si los caminos que hemos tenido que andar, pues no tuvimos entonces distinta opción para elegir, no son los que deseamos ni soñamos, siempre podremos desandar lo ya andado, descontar la vida no vivida y salvar así la circunstancia que, entonces pero no forzosamente ahora, nos condicionó.
Encontraremos de este modo el camino que nos lleve hasta lo sublime, el anhelo que nos mueve. Y habiéndolo llegado a conocer, sin duda haremos todo lo que en nuestras manos esté por permanecer allí. Sin embargo, también sabemos, aunque hagamos por no darnos cuenta de lo irrealizable de semejante pretensión, que nos veremos avocados a abandonarlo -lo sublime-. Lo que de ningún modo implica regresar a la condición en la que estábamos antes de paladearlo, pero sí conlleva añorarlo con mucha más intención de la que nos movió antes de haberlo habitado.
No está entre nuestros posibles permanecer en lo sublime «sin interrupción», pero hay dos maneras de acercarnos a ese estado ideal que nos motiva y atrae: una es tratar de persistir lo más posible en su condición, la otra intentar regresar a ella, una vez perdida, el mayor número de ocasiones de las que podamos disponer.
El ser humano que seremos, después de haber conocido lo sublime, nunca será el que antes de conocerlo fue. Cuanto más amplios sea el transcurrir que allá duremos, o más numerosas las veces en las que logremos regresar a él, mejor será la condición que nos determine, más noble la esencia que nos identifique con lo que en realidad somos, más digno el ser humano con el que continuemos compartiendo nuestra existencia, y coherentes con el único fin que puede hacer que nuestra vida valga la pena ser vivida: llegar a ser lo que en verdad somos.
Cuando nos entregamos a pensamientos como estos, es fácil caer en divagaciones, puede que abstractas y algo surrealistas. Sin embargo, no pretendemos decir más que lo que es sencillo de entender: tratar, siempre, desde que somos dueños de nuestro destino hasta que dejamos de serlo, en poner todo el empeño para ser personas magníficas, sí, magnificas. No en tener más, sino en hacer uso de la razón , la prudencia y la sensatez, ser sinceros, hasta el dolor si es necesario, consecuentes, amigos de los amigos, leales a nuestra conciencia, no dejar de acercarnos al conocimiento, respetar, saber amar ... Pues todo esto, y probablemente algo más que se me olvida, es lo sublime.
También te puede interesar
Cuarto de muestras
Carmen Oteo
Medallas de oro
La esquina
José Aguilar
Por qué Sánchez demora su caída
Descanso dominical
Javier Benítez
Elogio de la zambomba
Manual de disidencia
Ignacio Martínez
El corazón en los huesos
Lo último