Tierra de nadie

Alberto Núñez Seoane

Catetos

21 de noviembre 2022 - 01:56

Además de cada uno de los lados que forman el ángulo recto en un triángulo rectángulo, dice la geometría y no viene ahora al caso, por “cateto” la propia Academia de la Lengua entiende a una persona, sin que en ello influya sexo o raza, ideología o religión: “palurda, tosca, vulgar…” y, lo que me resulta, más que llamativo, sorprendente: “pueblerina”; como si ser de pueblo, es lo que quiere decir “pueblerino”, implicase lo cateto y lo vulgar y lo tosco y lo palurdo…

Catetos podemos ser todos: podemos no serlo y podemos, también, dejar de serlo, si lo hemos sido, o, claro, seguirlo siendo.

Es curiosa la relatividad del concepto “cateto”. Para los habitantes de la capital del país, son catetos, en términos generales, los de “provincias”, incluyendo en el lote, tanto a los de la capital de la provincia que sea cómo a los de los pueblos, grandes o pequeños. Para los de las capitales provinciales, son catetos “los de pueblo”, sin más. Para los de los pueblos, son catetos “los de campo” -no los “del” campo-, y así podríamos continuar durante bastante tiempo, claro que no estaríamos diciendo más que tonterías.

La medida del cateto, no está por supuesto en el lugar en el que uno viva, ni evidentemente tampoco por el sitio en que se haya nacido. El cateto lo puede ser, básicamente, por dos motivos: uno es la ignorancia culpable; el otro, la estrechez de miras.

La ignorancia, mala cosa es, pero el que nace atrapado en ella siempre tiene la opción de aprender, de cultivarse, de hacer, al menos lo suficiente, para abandonar tan indeseable, triste y desoladora condición, y no hay excusa válida para no intentarlo, e intentarlo, al menos en este caso, siempre es conseguirlo. No, no es esta, en absoluto, causa de lo cateto.

Cosa bien distinta es la que llamo ignorancia “culpable”, y lo que quiero decir con “culpable”, es que el ignorante digno de este calificativo es aquel que se conforma, resigna o incluso jacta de la imperdonable oscuridad en la que vive; asume, en su visceral torpeza, llega a incluso a celebrar, la ceguera mental que lo condena a convertirse en un ser humano menguado, en una intentona fallida de ser vivo nacido para humano consciente y poseedor, en poco o en más, de algo de sabiduría. No hay perdón para estos condenados: la ignorancia culpable, sí es causa evidente de lo cateto.

El segundo de los supuestos: la estrechez de miras, es harina de otro costal. Aquel que nace, y se mantiene, pensando que lo que él afirma es lo único válido y ha de imponerse al resto; que lo suyo es siempre mejor que lo ajeno; que sus ideas, inamovibles, si no son compartidas es por causa de la torpeza de quien lo hace; que se muestra incapaz de rectificar, asumir, respetar y comprender lo que en principio escapa a su entendimiento, ese es el paleto “culpable”, paleto por antonomasia, y, además, un peligro social.

Ya se habrán percatado ustedes que vivimos rodeados de peligros ¿verdad? Y también habrán hábilmente deducido, que el paraíso de los catetos está muy lejos de los pueblos, porque resulta obvio, al menos a mí me lo parece, que la densidad de catetos y el grado de perfección en esta actitud, tan común como extendida, está ubicado más en la ciudad que en el campo, y a mayor sea la ciudad, mayor concentración y perfección en la “disciplina”.

Alguien llegó desde el campo a la ciudad. Sin estudios ni cultura socialmente reconocida, sin recursos ni conocimientos útiles a las necesidades urbanas; y, en la ciudad se le tildó de cateto, confundiendo lo rústico con lo tosco, lo aldeano con lo vulgar, lo campero con lo “campurro”. Así quedó la cosa, porque es así como, en muchas ocasiones, se escribe la historia: lo cotidiano se hace costumbre, la costumbre norma y la norma certeza, pero las cosas no son así: si leemos al revés, podemos deshacer la supuesta deducción: lo cierto no tiene porque estar en lo normal ni lo normal ha de ser costumbre ni esta tiene porqué ser, por obligación, cotidiana.

Las cosas están tan lejos de ser así que son justamente al revés: nada somos sin las raíces que nos hablan de dónde, y de quien, vinimos; nada, si no respetamos orígenes; muy poco, si no nos damos cuenta de que es en lo sencillo dónde reside la esencia y en la esencia los atributos que nos determinan; muy poco, si la consciencia no nos acerca allá donde podamos arrimarnos al saber de la sabiduría desnuda y simple, a la pericia que la voluntad construye, al empeño que la tenacidad refuerza. Somos sí, nada … siquiera un poco, girando alrededor de un eje equivocado, contemplando perspectivas desde un ángulo erróneo, dando por cierto lo que queremos que lo sea, no lo que es.

En un mundo de plástico, con valores olvidados y obligaciones edulcoradas, desencantados -los que guarden noción de lo que el encanto es- de ilusiones ya inasibles, casi resignados a un largo futuro con más sombras que luces; sería más que bueno, imprescindible, regresar, no retroceder, a lo rural. Puede que allí, los “catetos” nos enseñen a dejar de serlo.

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